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((**Es9.554**) -Os las manda don Bosco, y me ha encargado os diga en su nombre, que las llevéis con devoción, porque os librarán de muchos males y os ayudarán en todas las vicisitudes de la vida. Me ha dicho también que os recomiende que recéis mucho, pero que sobre todo procuréis impedir la ofensa de Dios, aunque sólo fuera un pecado venial. Las dos jóvenes no conocían a don Bosco, pero supieron por don Domingo que era un santo sacerdote que trabajaba en favor de la juventud. El Venerable quizá vio ya en María Mazzarello la piedra fundamental del instituto que él fundaría para las niñas; sin embargo, guardó sobre este proyecto una prudente reserva. La medalla regalada fue como un premio a la labor que desarrollaban: y las recomendaciones, la primera prueba de los paternales cuidados que el Venerable dispensaría al nuevo Instituto. María y Petronila, sin ni siquiera imaginar lo que el cielo dispondría un día, continuaban con su taller lo mejor que podían, sin ninguna clase de reglamento. Pero don Domingo Pestarino, que fue a Turín para la fiesta de san Francisco de Sales de 1863, les llevó un horario, que dijo estaba escrito por el mismo don Bosco, se lo explicó, de acuerdo con las ideas que el Venerable le había expuesto, y les recomendó que lo observaran. Era, con alguna variante, el mismo del Oratorio, y resultaba como un primer paso para infundir en ellas el mismo espíritu. María, que ya llevaba con las más santas industrias a sus alumnas por las sendas del bien y la frecuencia de los sacramentos, empezó también un poco de oratorio en un patio pequeño, contiguo a las ventanas del taller. Invitó, las primeras, a sus alumnas, las cuales, el domingo siguiente llevaron a otras y después más, de modo que, al poco tiempo, se reunían allí todas las chicas del pueblo. ((**It9.619**)) Como era muy reducido el lugar, después de comer salían al descampado e iban hasta una capilla, que distaba un cuarto de hora del pueblo. Allí se divertían hasta que sonaba la campana de la parroquia para el catecismo. Acudían a la iglesia, asistían a las funciones parroquiales y se marchaban luego a sus casas. En el buen tiempo volvían hasta la capilla de San Silvestre, donde reemprendían sus cantos y sus juegos. María Mazzarello siempre estaba con ellas; inventaba cada vez nuevos entretenimientos, les contaba hechos edificantes y daba sinceros y prudentes consejos y avisos a las que los necesitaban. Quería que venciesen el respeto humano, que huyesen del pecado y fueran cristianas fervorosas. Y lo lograba, porque todas la querían y obedecían, y era tal su influencia que ya ninguna joven iba a los bailes. (**Es9.554**))
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