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((**Es9.553**) de sus padres, y de don Domingo Pestarino, se decidió a aprender el oficio de modista. Una idea sublime la animaba: la misma que había movido al pastorcillo Juan Bosco a aprender los juegos de prestidigitación: poder ayudar a sus compañeras a ser buenas. María Mazzarello quería servirse del oficio como de un medio para salvar las almas de las muchachas. Con frecuencia le había parecido en sueños encontrarse ((**It9.617**)) en medio de una numerosa muchedumbre de éstas. Era una idea insistente en ella. Comunicó sus proyectos a Petronila Mazzarello, su excelente e íntima amiga, que los aprobó y se ofreció a ser su compañera. Era el año 1861; María contaba entonces veintitrés años. Con su fiel amiga fue al sastre del pueblo, Valentín Campi, con quien aprendió a coser y a conocer las telas. La modista Antonia Barco la enseñó a cortar vestidos de mujer. Unos meses después, Antonia Barco salió de Mornese para ir con su marido a otro pueblo y las mujeres empezaron a acudir a María y a Petronila. Algunas madres de familia, al ver los trabajos bien acabados, les pidieron que enseñaran a sus hijas, y ellas aceptaron a dos o tres muchachas, a las que enseñaban a coser y cortar, y un poco de doctrina cristiana. Tenían su taller en una pequeña y oscura habitación, donde estaban incómodas; alquilaron luego un local con dos ventanas, cerca de la iglesia, donde pudieron admitir alguna alumna más y continuaban siendo de buen ejemplo para todas. Su celo les llevaba a dar avisos cristianos a las muchachas mayores y a las mismas madres, que iban a encargarles trabajos. Albergaban también algunas niñas necesitadas. Un comerciante se quedó viudo con dos hijas, y pidió a las dos amigas que las tuviesen con ellas, día y noche, porque él andaba siempre fuera de casa y no podía atenderlas. María las aceptó y tomó enseguida en arriendo dos habitaciones en la otra parte de la calle, frente a su taller; había sitio para cinco camas en cada una y acogió a cinco niñas. Petronila iba a dormir con ellas y les hacía de madre, cuidándolas y enseñándoles el temor y el amor de Dios y las prácticas de piedad. Las familias mandaban la comida para las niñas, ya que María y Petronila iban a comer y a cenar con sus padres, a distinta hora, para no dejar nunca solas a las alumnas. ((**It9.618**)) Así estaban las cosas cuando don Domingo Pestarino fue al Oratorio por vez primera. Don Bosco oyó con gusto el relato de la vida ejemplar de las dos campesinas y don Domingo, a su vuelta, llevó dos medallas de la Virgen, una para María y otra para Petronila, y les dijo: (**Es9.553**))
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