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((**Es9.412**) bendijera en nombre de María Auxiliadora. La buena señora accedió enseguida; me llevaron con mi madre a un salón, donde se hallaba presente toda la noble familia Callori y otras personas que pueden atestiguar el hecho. Don Bosco, que ya había sido avisado antes y había aceptado con gusto la petición, se volvió hacia un cuadro de la Santísima Virgen y recitó varias oraciones, a las que nos unimos todos. Después me bendijo, me regaló una medallita de María Auxiliadora y me mandó recitar una oración. Mi madre le dio las gracias y le entregó una pequeña limosna para su iglesia. Nuestra vivienda estaba en la planta baja del palacio. Al bajar la escalinata, acompañada por la condesita María Concepción Callori, hoy condesa De Viry, volvióse ésta de repente hacia atrás y corrió hacia mi madre gritando: -íSerafina ya no está sorda, Serafina oye! Mi madre ya se había dado cuenta de ello, pero no se atrevía a decirlo temiendo fuera una ilusión. Pero aquel grito la sacó de dudas y estalló en manifestaciones de alegría y agradecimiento a María Santísima. En aquel instante, dada mi edad, yo no fui capaz de advertir la rápida curación, obtenida por mediación de don Bosco, pero recuerdo muy bien el mal sufrido, las curas que me prestaron, la bendición de don Bosco y cómo, a partir de aquel instante hasta hoy, no he tenido que recurrir jamás a los médicos por causa de la sordera, aunque me haya expuesto al frío y al mal tiempo sin el menor cuidado. 4 de septiembre de 1895. Sor SERAFINA OSELLA Hija de María Auxiliadora ((**It9.450**)) El sacerdote Domingo Osella, hermano de sor Serafina, nos escribió también una relación similar. Otra bendición había manifestado el poder de María Santísima. Ya hemos dicho que, por agosto de aquel año, estuvo gravemente enfermo el conde Solaro de la Margherita. Pues bien, después de algunos altibajos de la enfermedad, curó. El 26 de diciembre, por la noche, contaba don Juan Bautista Francesia a los muchachos: El conde de la Margherita sufría hacia tiempo tales desmayos, tres o cuatro veces al día, que hacían temer por su vida de un momento a otro. Don Bosco fue a visitarle, le bendijo y la Condesa prometió dos mil liras para la iglesia, si el Conde sanaba. Aquel día cesaron los desvanecimientos; pero la Condesa, llegado el tiempo de entregar las dos mil liras, dijo a don Bosco: -Pero yo entendía que el Conde se pusiera como antaño y quedara verdaderamente en perfecta salud. Don Bosco le contestó: -Perdone, pero esto es retirar la palabra con la que usted se expresó; yo entendí que su deseo era que cesaran los desvanecimientos; y no se podía entender de otro modo. Por lo demás, piénselo usted y entiéndaselas con el Señor. Hacía ya varios días que el Conde no sufría más desfallecimientos de aquéllos, pero desde aquel mismo momento volvieron de nuevo a repetirse los desmayos, más (**Es9.412**))
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