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((**Es9.393**) a muchos jóvenes incautos. Por eso, ya hacía tiempo que don Bosco pensaba en la publicación de una biblioteca para los estudiantes, suprimiendo en los libros cualquier pasaje que pudiera perjudicar la santidad de pensamientos y costumbres, imitando en esto al jardinero prudente que, antes de meter a un niño en un jardín florido, arranca de él los yerbajos venenosos. Sabía que algunos profesores, so pretexto del arte, gritarían contra esta bárbara mutilación, según ellos, y conservarían en la escuela los textos no expurgados; pero a don Bosco no le preocupaban las críticas, que una vez más demostraban cuán prudente y necesaria era semejante revisión de los clásicos. Así que, después de consultar varias veces al profesor don Mateo Picco, había comenzado él mismo, meses atrás, a seleccionar ((**It9.428**)) autores y a distribuirlos entre diversos profesores de institutos, liceos estatales y municipales y hasta de la universidad, para que los corrigieran y comentaran. Y muy pronto tuvo en torno a sí un grupo de hombres de talento, dispuestos a colaborar en aquella prudente empresa. Don Bosco les apreciaba muchísimo; y todos trabaron con él una verdadera amistad. Asistían a las fiestas de familia y de vez en cuando se reunían para deliberar sobre la selección de los libros. El Venerable no habría querido publicar clásicos, como Maquiavelo y Leopardi, porque eran muy difíciles de corregir y por tanto siempre peligrosos, pero, dado que los programas oficiales lo exigían, recomendó que se escogieran los pasajes menos peligrosos de estos autores y fueran diligentemente expurgados. Sugirió, además, normas para que, al explicarlos, se eliminase todo peligro y se pusiera siempre a plena luz la verdad, a la que se oponían sus errores. Inculcaba sin descanso, que se explicaran los clásicos según el concepto cristiano. Los primeros beneméritos colaboradores del Venerable en este trabajo fueron el caballero Carlos Bacchialoni, doctor en Letras, el teólogo y caballero Juan Bosco, doctor en Filosofía y Letras, el sacerdote Celestino Durando, profesor, el sacerdote Juan Francesia, doctor en Letras, el caballero Agustín Lace, profesor, el señor Carlos Enrique Melanotte, doctor, el teólogo Marcos Pechenino, profesor, el sacerdote Pedro Peinetti, Teólogo Colegiado por la Real Universidad, y el sacerdote Mateo Picco, profesor. Cuando tuvieron preparado material suficiente, la Unidad Católica del 18 de noviembre de 1868 anunciaba la aparición de la nueva publicación periódica. (**Es9.393**))
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