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((**Es9.322**) Tiempo después, Recab, descendiente de Jetró, suegro de Moisés, fue fundador y jefe de la sociedad de los recabitas. Estos vivían en el campo con sus familias bajo las tiendas, y llevaban una vida pastoril como los santos patriarcas. Se abstenían del vino, no construían casas, no poseían tierras y se entregaban al estudio y a la meditación de la palabra divina y a cantar las alabanzas del Señor. Mérito suyo fue la fidelidad a estas reglas y, con Elías, Eliseo y los hijos de los profetas, sirvieron de modelo para los monjes de la Iglesia de Jesucristo. Pero los institutos religiosos de la Ley Antigua dan paso a los de la Nueva, los cuales, como los primeros, son inspirados por el Señor. Aparece sobre la tierra el Mesías prometido, que dice: Non veni solvere legem sed adimplere (no vine para anular la ley sino para cumplirla). Y empieza a fundar, con sus doce apóstoles y los setenta y dos discípulos, la primera congregación religiosa del Nuevo Testamento ya que, como sabemos por el Evangelio y por la tradición, se obligaban bajo voto a la pobreza, la obediencia y la castidad, aunque no expresados en la forma que hoy usamos nosotros. Jesús les había dicho: Sequere me (seguidme) y ellos, sin más, aceptaron cumplir su voluntad y, con la obediencia, aceptaron la pobreza: Reliquimus omnia et secuti sumus te (Todo lo hemos dejado y te seguimos a ti). Jesús decía de ellos: <>. Y una vez que ascendió al cielo, sus apóstoles y sus discípulos difundieron por doquier los consejos evangélicos y así se poblaron de monjes los desiertos de Egipto y Palestina y se añadieron después los seguidores de las Reglas de san Agustín, los Basilios, los Benedictinos y demás órdenes religiosas, que Dios suscitó según las necesidades de su Iglesia. A ellos debe el mundo la conversión de los pueblos, el incremento de la agricultura y de las artes, de las ciencias y de la civilización. A las Ordenes se unieron las Congregaciones, formadas también por millones de almas generosas, que se retiraban del mundo a innumerables conventos para poder llevar una vida más perfecta y más pura, y para ((**It9.347**)) ser luz del mundo y sal de la tierra, consuelo y ayuda de los pobres en sus desgracias. Nuestra Pía Sociedad es una de las últimas congregaciones religiosas aparecidas, y, al igual de las otras, fue suscitada por la bondad de María Santísima, que se puede llamar fundadora y madre de todas, desde el Cenáculo hasta nuestros días. No tiene más finalidad que la de preparar buenos sacerdotes y buenos seglares para cumplir la misión que les fue confiada. Debemos, por tanto, buscar primero la santificación de la propia alma y después la de los demás. >>De qué modo? Poniendo en práctica los consejos evangélicos... Nuestra Congregación tiene por fin la salvación de las almas, que es lo más noble que imaginarse pueda, pero es preciso empezar por nosotros mismos, por nuestra alma... Hemos de llegar a ser tales que tengamos capacidad para desempeñar con fruto nuestro ministerio. Antes de enviar a uno a predicar, a enseñar, a dirigir, el superior mide sus fuerzas, como hace la madre de un pajarito en el nido. No lo lanza a volar hasta que no le ve dotado de alas fuertes, porque teme que no pueda escapar de las garras del halcón o bien que caiga al suelo por falta de fuerzas. Así el superior no da a nadie una misión, si no lo ve provisto de plumas robustas para no perderse a sí mismo y a los demás. Así, pues, por ejemplo, antes de ir a predicar a los otros la modestia de los ojos, es menester que él la posea en grado eminente; de lo contrario no solamente no será escuchado, sino que se le echará en cara este defecto, diciéndole: Medice, cura te ipsum (**Es9.322**))
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