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((**Es9.323**) (Médico, cúrate a ti mismo). Quita la viga de tus ojos, antes de quitar la pajita de los ojos de los demás. >>Cómo podría un predicador recomendar a los demás la confesión frecuente, si antes no la practica él? Y así por el estilo. Es, además, indispensable el conocimiento de cuanto se requiere para el cumplimiento del propio deber. Por ejemplo, del mismo modo que necesitan conocer las ciencias de la escuela los que deben dar clase, así también deben instruirse en las ciencias sagradas aquellos a quienes se les encomienda el sagrado ministerio de la predicación: el Dogma, la Moral, la Hermenéutica, la Ascética, la Historia Eclesiástica... No nos cansemos de cumplir todos nuestros deberes. Los que se consagran por entero a la salvación de las almas, tendrán en el cielo el premio que obtuvieron ya los apóstoles, a los que Jesús había dicho: <>. Recordad que todos los que salvan una alma, aseguran la salvación de la propia. A los que no son sacerdotes les digo: <>De qué modo? Orando por la conversión de los pobres pecadores, cumpliendo ejemplarmente las propias ((**It9.348**)) obligaciones, asistiendo bien en el patio y en la iglesia, usando caridad con quien la necesita, perdonando las ofensas. íCuánto bien pueden hacer todos! íCuántas almas se puede salvar con el buen ejemplo!>>. V Advertencias. -Procurad sacar fruto de estos santos ejercicios aceptando siempre todas las correcciones, todos los avisos que os den los superiores, los iguales o los inferiores, para ejercitar así la virtud de la paciencia y de la resignación. Poneos todos en manos de la Virgen, para conservar siempre la hermosa virtud de la modestia... Encomendaos a san Luis, para que podáis imitarle en el respeto y confianza con los Superiores, en la paciencia y amor a los demás, y en todas sus virtudes. El sábado de témporas, 19 de septiembre, terminó la primera tanda de ejercicios espirituales. Aquella mañana hizo los votos perpetuos don Pablo Albera, que ya había renovado los trienales el 11 de enero de 1866, y los clérigos Luis Lasagna y José Bologna hicieron los trienales. El Arzobispo confirió órdenes sagradas en la capilla del palacio episcopal, a las que se presentó el diácono Santiago Costamagna, para recibir el presbiterado. Después de la función de los recién ordenados, lo mismo del seminario que de otros institutos, esperaban para besar la mano al señor Arzobispo. Cuando le tocó la vez a don Santiago Costamagna, el Prelado, a modo de caricia, le dio un pequeño cachete, diciéndo le: -íHe aquí uno de los que no quieren reconocer a su Arzobispo! (**Es9.323**))
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