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((**Es9.182**) Y entonces él dijo: -íVen conmigo! Y animándome, me tomó de la mano y me sostuvo en pie, porque me encontraba agotado. Al salir de la sala, y después de atravesar en un momento el hórrido patio y el largo corredor de entrada, antes de trasponer el umbral de la última puerta de bronce, se volvió de nuevo a mí y exclamó: -Ahora que has visto los tormentos de los demás, es necesario que pruebes un poco lo que se sufre en el infierno. -íNo, no!, grité horrorizado. El insistía y yo me negaba siempre. -No temas, me dijo; prueba solamente, toca este muro. Me faltaba valor para hacerlo y quería alejarme, pero él me detuvo insistiendo: -A pesar de todo, es necesario que lo pruebes. Y, aferrándome resueltamente por un brazo, me acercó al muro mientras decía: -Tócalo una vez al menos, para que puedas decir que estuviste visitando las murallas de los suplicios eternos y para que puedas comprender cuán terrible será la última, si así es la primera. >>Ves esa muralla? Me fijé atentamente y pude comprobar que aquel muro era de espesor colosal. El guía prosiguió: -Es el milésimo primero antes de llegar adonde está el verdadero fuego del infierno. Mil muros más lo rodean. Cada uno tiene mil medidas de espesor y de distancia del uno al otro, y cada medida es de mil millas; éste está a un millón ((**It9.181**)) de millas del verdadero fuego del infierno y por eso apenas es un mínimo principio del infierno mismo. Al decir esto, y como yo me echase atrás para no tocar, me agarró la mano, me la abrió con fuerza y me hizo golpear sobre la piedra de aquel milésimo muro. En aquel instante sentí una quemadura tan intensa y dolorosa que, saltando hacia atrás y lanzando un grito agudísimo, me desperté. Me encontré sentado en la cama y me parecía que me ardía la mano. La restregaba contra la otra para aliviarme de aquella sensación. Al hacerse de día, pude comprobar que mi mano, en realidad, estaba hinchada, y la impresión imaginaria de aquel fuego me afectó tanto que cambié la piel de la palma de la mano derecha. Tened presente que no os he contado las cosas con toda su horrible crueldad, ni tal como las vi y de la forma que me impresionaron, para no causar en vosotros demasiado espanto. Nosotros sabemos que el Señor no nombró jamás el infierno sino valiéndose de símbolos, porque aunque nos lo hubiera descrito como es, nada hubiéramos entendido. Ningún mortal puede comprender estas cosas. El Señor las conoce y las puede manifestar a quien quiere. Durante muchas noches consecutivas, y siempre presa de la mayor turbación, no pude dormir a causa del espanto que se había apoderado de mi ánimo. Os he contado solamente el resumen de lo que he visto en sueños de mucha duración; puede decirse que de todos ellos os he hecho un breve compendio. Más adelante os hablaré sobre el respeto humano, y de cuanto se relaciona con el sexto y séptimo Mandamiento y con la soberbia. No haré otra cosa más que explicar estos sueños, pues están de acuerdo con la Sagrada Escritura, aún más, no son más que un simple comentario de cuanto en ella se lee respecto a esta materia. Durante estas noches os he contado ya algo, pero, de cuando en cuando, vendré a hablaros y os narraré lo que falta, dándoos la explicación consiguiente. (**Es9.182**))
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