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((**Es8.816**) una sordera que le incapacitaba para los asuntos más importantes de la parroquia, especialmente para asistir a los enfermos y confesar a los fieles. Después de dieciocho meses de empeoramiento, creció tanto el mal que no percibía ni una palabra pronunciada con fuerza junto a su oído y ni siquiera el sonido de la campana gorda. Es difícil imaginar el malestar que esta desgracia le ocasionaba. El no poder desempeñar sus deberes le produjo tal melancolía que iba acabando con la poca salud que le quedaba. Inútilmente había probado todos los adelantos de la ciencia médica. Así andaban las cosas cuando su coadjutor, don Ascanio Savio, pensó comunicárselo a don Bosco, quien mandó decir al enfermo que hiciese una novena a María Santísima Auxiliadora, con la promesa de una ofrenda, una vez obtenida la curación. El Párroco aceptó. Por la mañana del 2 de octubre, fiesta de los Angeles Custodios, salió de la casa parroquial para celebrar la santa misa. Estaba muy afligido; hasta había hecho llorar a la sirvienta, porque creía que ella le hablaba bajito para hacerle rabiar, siendo así que se desgañitaba para hacerse entender, aunque inútilmente. Cuando entró en la sacristía dijo: -Hoy quiero encomendarme a mi buena Madre María en la santa misa, y si, como tantos otros, logro también yo verme libre de esta triste situación, haré la ofrenda para su iglesia. ((**It8.962**)) Completamente resuelto, se revistió los ornamentos sagrados, salió al altar y empezó: In nomine Patris, etc. El niño César Cagliero, que fue más tarde sacerdote salesiano y Procurador General de la Pía Sociedad, le ayudaba la misa. Como sabía que era sordo, respondía como de costumbre al salmo Introibo a voz en grito, aunque inútilmente, ya que el Párroco se regía por el movimiento de los labios del monaguillo. Pero, aquella mañana, el venerando Cinzano se paró, calló y volviéndose a Cagliero, le dijo: -íCaramba, contesta más bajo, que me aturdes! Y continuó el salmo. Como el chiquillo siguió respondiendo algo más bajo, pero todavía en alta voz: <> se dio cuenta de que la gracia estaba concedida y repitió al monaguillo: -íYa oigo! íYa oigo! íHabla más bajo! íNadie puede imaginar la emoción del buen sacerdote en la celebración de aquella misa memorable! Caíanle las lágrimas de los ojos y recitaba continuas jaculatorias a la celestial Bienhechora. Apenas volvió a la sacristía, dijo: (**Es8.816**))
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