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((**Es8.736**) de su Superior, habló del Oratorio y recibió con evidente agrado el folio que le presentó don Juan Cagliero. Pío IX lo abrió y leyó: Beatísimo Padre: Muchas son las circunstancias que me impiden ir a Roma para obsequiar al Vicario de Jesucristo, con ocasión del Centenario ((**It8.865**)) de San Pedro, del que Vuestra Santidad es sucesor en el gobierno de la Iglesia Universal. No obstante, como cristiano, como sacerdote y director de una casa de beneficencia, siento el más grave y grato deber de enviar a dos de mis sacerdotes, Angel Savio y Juan Cagliero, para postrarse a los pies de V. S. con los fieles de tantas partes del mundo reunidos en Roma. Van en representación de los sacerdotes, clérigos y jóvenes albergados en la casa de Valdocco en Turín, la de San Felipe Neri en Lanzo y la de San Carlos en Mirabello, en número de mil doscientos: en nombre de los sacerdotes, clérigos y jovencitos que asisten a los oratorios festivos de San Francisco de Sales, de San Luis y de San José que son varios millares de muchachos pobres. En nombre finalmente de muchos párrocos, canónigos, coadjutores, directores de casas de educación, rectores de iglesias y de muchos buenos católicos seglares, cuyas ocupaciones o cuya condición no les permiten ir personalmente a Roma. Todos ellos se profesan afectuosísimos hijos de Vuestra Santidad, sinceramente adictos a la Religión Católica, dispuestos a dar sus bienes y su vida para vivir y morir en la Religión de la que Vuestra Santidad es supremo Jerarca en la tierra. Creo, además, que será de gran consuelo para el paterno corazón de V. S. saber que los nuevos Obispos, poco ha consagrados, fueron recibidos en sus respectivas diócesis con las mayores muestras de veneración y aprecio. Ni en los tiempos más felices se vio un concurso tan general, de autoridades civiles y eclesiásticas, de ciudadanos de toda clase y condición, llenos de santo entusiasmo por el nuevo pastor que caminaba entre ellos como en un verdadero triunfo. Nadie oyó una voz, ni vio un gesto que no fuese encaminado a conmemorar aquella feliz jornada. Esto demuestra que nuestros pueblos son católicos, aunque se hayan convertido en liberales en la práctica de su religión. El enemigo de las almas pone ahora obstáculos para impedir ulteriores preconizaciones de Obispos para las sedes vacantes. Nosotros rogamos al buen Dios que ilumine a los ciegos, dé salud y fuerza a V. S. para que pueda llevar a feliz término la santa obra. Me proporcionaron un gran disgusto las palabras impresas en el librito El Centenario de San Pedro, que fueron interpretadas en un sentido que yo nunca había imaginado. Por otra parte creo que las aclaraciones dadas habrán quitado todo equívoco sobre mi modo de escribir, pensar y obrar, y en la próxima edición modificaré todo sin límite alguno y en el sentido preciso que se me ha indicado por la Sagrada Congregación del Indice. Si en esta singular y extraordinaria solemnidad fuese permitido pedir a V. S. el favor de algo verdaderamente deseado, como se hace a un Soberano, me atrevería a renovar con el mayor respeto la petición de que V. S. se digne conceder su autorización a las Constituciones de la Congregación de San Francisco de Sales con todas las ((**It8.866**)) correcciones, variaciones y añadiduras que Vuestra Santidad juzgue son para la mayor gloria de Dios y bien de las almas. Por nuestra parte, continuaremos rezando, mañana y tarde, por Vuestra Santidad, (**Es8.736**))
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