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((**Es8.602**) habían alejado, satisfechos de saludar con signos y miradas al que les había hecho tan felices por poco tiempo. No fue posible reprimir las lágrimas al separarnos del señor Conde. íPobre viejo! Se arrodilló, y llorando como un niño, le pidió la bendición a don Bosco. También éste estaba extraordinariamente conmovido. Aunque las mas de las veces está por encima de estas emociones, en esta ocasión no pudo resistir. Lloraba y, aunque quería, no podía hablar. íA ambos les parecía tan corto el tiempo que se habían podido ver! En la estación no fue menor la emoción. La familia Vitelleschi, la de Villarios, etc., etc., esperaban compungidos. Entramos, acompañados por ellos en la estación; su corazón no les permitía hablar, ni separarse. Después de algunas palabras llegó el momento de subir al tren. Pasó don Bosco al andén, y subió al vagón muy conmovido. La mayoría lloraba y apretados junto al tren, le pedían que no les olvidase. Al contemplar un espectáculo tan singular en derredor de un viajero, muchos sacaban la cabeza fuera de las ventanillas de los vagones y preguntaban con curiosidad quién era aquel sacerdote objeto de tantas demostraciones. Poco antes de que arrancara el tren quisieron los amigos recibir la bendición de don Bosco y allí mismo, en público, con riesgo de burlas, se arrodillaron ((**It8.709**)) para recibirla. Quiera Dios que esta bendición permanezca con ellos siempre y abundante. Partió el tren. Era de noche y no se oía más que el raudo correr y resoplar de la locomotora que nos alejaba cada vez más de lugares y personas tan queridas. Incliné la frente, la escondí entre las manos, fingí dormir y lloré. También don Bosco estaba abatido, pero mucho menos. De todos modos nos acercábamos a casa y el sábado por la mañana llegaríamos a Turín en el tren directo de las once y media. Con qué alegría le abrazaré entonces y, con usted, a todos los que salgan a recibir a don Bosco. Aunque nuestros bultos estén llenos de indulgencias, dispensas, etc., sin embargo, no son indulgentes con nosotros y pesan terriblemente. Mande, por tanto, a alguno a la estación que nos tenga un poco de compasión y nos ayude a llevarlos. >>En Roma? íQué herencia más grande de afectos ha dejado allí don Bosco! Hombres de toda clase, hasta el Embajador de España con todo el personal de la Embajada, vinieron a honrarle. El Cónsul de Francia deseó también una audiencia con toda su familia. El Embajador la pidió, pero no la pudo obtener. Otras muchas cosas y noticias se las contaré de palabra para nuestra común alegría. Le hablaré de varios proyectos de las matronas romanas con respecto a don Bosco y a su iglesia. El altar del conde Bentivoglio marcha muy bien; resultará magnífico. Las señoras romanas se proponen hacer uno y también los señores quieren hacer otro. Hasta el sábado por la mañana... J. B. FRANCESIA, Pbro. A las diez y media de la mañana llegaba don Bosco a Fermo, en donde se entretuvo todo aquel día y hasta después de comer del siguiente. Su Eminencia, el Cardenal De Angelis, estaba fuera de sí por la alegría de la visita, y decía a don Bosco: -íHe oído decir que en Roma ha hecho usted furor! íMe alegro de ello! (**Es8.602**))
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