Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es8.363**) -Me lo asegura la que yo he escogido por mi madre, Ella no cambiará lo que me dijo. Entonces pensé que era el momento de preguntarle si tenía algún encargo para su madre. -Sí, respondió; diga a mi madre que le agradezco cuanto ha hecho por mí; que le pido perdón por los disgustos ((**It8.423**)) que le he dado. Querida madre, siguió diciendo, usted se ha sacrificado por mí; pero esté segura, usted me ha salvado el alma y esto vale por todo. Pierde un hijo en la tierra, pero lo encontrará en el cielo. Sé que le producirá una gran pena la noticia de mi muerte, pero usted es cristiana; haga un sacrificio al Señor para sufragio de mi alma. Después de estas palabras le recomendé que descansase un poco y obedeció. Un momento después, continuó: -Diga a mi madre que muero contento y sin el menor miedo de la muerte. Madre querida, voy al Cielo; anímese; allá la espero y rogaré siempre a Dios por usted. Salude a todos mis parientes y dígales que en el momento de la muerte se recoge todo lo que se ha sembrado durante la vida. Quería seguir hablando, pero estaba tan conmovido que le aconsejé se callara. -Tengo todavía una cosa que decir y quisiera poder hacerlo, perdóneme. -Habla, pues; cumpliré tus órdenes. -Es algo doloroso, añadió; me pesa, pero se lo recomiendo. Ruegue a mi madre que procure hablar con ciertos compañeros míos que ella conoce, y les diga que muero con el remordimiento de haberlos conocido. Que procuren reparar su escándalo antes de la hora de la muerte. En aquellos momentos aún dijo más cosas y expresó muchos otros pensamientos piadosos, que yo espero poderle exponer de palabra. Eran las once de la mañana cuando él, con el rostro alegre y resignado, rezaba y besaba el crucifijo. Después de unos momentos, dejó de hablar, miró a los asistentes, dibujó una sonrisa y su alma voló al Señor. Despúes de su fallecimiento hubo un verdadero espectáculo. Su cadáver adquirió un aspecto tan encantador que parecía totalmente un ángel pintado; sus compañeros se deleitaban contemplándole. Treinta y seis horas después, aún conservaba sus facciones, y al entrar en la capilla ardiente y acercarse al mismo cadáver, no se percibía el más mínimo hedor. Durante su enfermedad, e inmediatamente después de su muerte, se hicieron oraciones especiales por el difunto. El entierro fue solemne y piadoso. Sus compañeros le acompañaron hasta que el cadáver fue sepultado. Todos los superiores de esta casa y los del otro Colegio, donde vivió más tiempo, están acordes en decir que hemos perdido una perla preciosa. Dos cosas, por tanto, deben consolarla en esta desgracia: 1.¦ Una muerte, la más preciosa que se pueda desear a los ojos de Dios, y esto, para una madre cristiana, vale por todo. 2.¦ No le faltó nada de cuanto pudiese ayudarle a su alma y a su cuerpo. Cuando expiraba estábamos en derredor de su lecho varios sacerdotes, algunos clérigos, y varios compañeros, que rezábamos por él. Adoramos, por consiguiente, los designios de la divina Providencia, que ciertamente tiene en todo sus fines. Nosotros debemos decir que Dios se lo llevó, para que los peligros del mundo no pervirtiesen ((**It8.424**)) su mente, no corrompiesen su corazón, ni engañasen su alma ya madura para el Cielo. Consolémonos recíprocamente con la esperanza de que pronto le volveremos a ver en una vida mejor. (**Es8.363**))
<Anterior: 8. 362><Siguiente: 8. 364>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com