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((**Es8.362**) durante el viaje y dejarlo en manos de don Bosco que lo esperaba. Llegó al Oratorio el 30 de junio. Fueron llamados a consulta los más renombrados médicos y su diagnóstico causó una profunda herida en el corazón de cuantos apreciaban al buen muchacho. Estaba ya en el cielo tejida su corona, había sabido en poco tiempo ganársela, muy rica y hermosa; y los ángeles se disponían a ponerla ((**It8.422**)) sobre su cabeza. Tranquilo, más aún, contento moría el 4 de julio, asistido por don Bosco. Unos días después, notificaba a la desolada madre las circunstancias de la muerte edificante de su hijo. Aunque pasaba mucho tiempo levantado y cumplía con sus devociones en la iglesia, sin embargo, una vez postrado en cama, pidió recibir los santos sacramentos y se le satisfizo. Una noche, después de haberse confesado, me dijo que tenía una pena y me la manifestó: -Temo, me dijo, que la enfermedad sea larga y que usted me mande a casa. Si así fuese... ípobre de mí! Le consolé enseguida diciéndole que, tanto que su enfermedad fuese larga como corta, le tendría siempre conmigo, y no permitiría que le faltase nada de cuanto pudiera ayudar a su alma o a su cuerpo. Con gran satisfacción, añadió: -Así estaré siempre con don Bosco, y seré hijo de don Bosco. Bendito sea Dios. Pero le dije: -Si Dios te quisiera con El en el paraíso, y yo determinara dejarte ir, >>qué dices? -Que sí, que iría con gusto al paraíso. Debo manifestar que su mayor miedo era el ser enviado a su casa; bastaba hablarle de ello para que aumentara su mal. -En mi casa, solía decir, hay ciertos peligros para el alma, que yo no podría evitar; desgraciadamente, desgraciadamente... Omito aquí muchos detalles de la marcha de la enfermedad, de la recepción de los santos sacramentos. No me detengo a hablar de su paciencia, su piedad, su fervor, con las cuales se podía escribir un hermoso librito. Solamente diré que, habiéndole preguntado si quería que invitásemos a su madre para venir a verlo, respondió: -No, porque tal vez no pudiera encontrarme vivo; además ella me quiere mucho, y tendría una pena demasiado grande al verme morir. Yo también sufriría mucho. La noche anterior a su muerte le pregunté si quería encomendarme algo y contestó: -Diga a mis compañeros que mañana estaré con la Virgen en el cielo. -Esta noche, repliqué, escribimos una carta al padre Julio Metti, >>quieres decirle algo? -íOh, padre Julio!, exclamó; le agradezco que haya salvado mi alma, mandándome aquí. Que Dios se lo pague. El día 4, a las nueve de la mañana, estaba yo junto a él, observando el proceso del mal, y, como él persistiera en que aquel día quería ir con la Virgen al cielo, le pregunté quién se lo aseguraba. (**Es8.362**))
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