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((**Es8.364**) Así escribía don Bosco. La noticia de esta muerte fue dada inmediatamente a Mirabello, y la dolorosa impresión que recibieron los alumnos quedó mitigada con la afirmación de un suceso sorprendente, que se repitió varias veces. Predicaba en el colegio el teólogo Antonio Belasio. Don Domingo Belmonte y los que con él estaban en el coro advirtieron que los muchachos de la primera y segunda elemental (cerca de treinta) se movían y agitaban durante el tiempo de la bendición y también antes, al exponer el Santísimo Sacramento. Se trataba de palabras y gestos de maravilla no reprimidos. Después de la función salieron todos al patio gritando que habían visto en la Santa Hostia al Niño Jesús hermosísimo. Por dos tardes consecutivas se repitió este hecho singular, cada vez con más estupor y alegría de los pequeños, los únicos que vieron aquella maravilla. Quiso el Teólogo interrogarlos por separado, uno a uno, y se maravilló al oír que todos hacían la misma descripción del Niño, de modo que quedó persuadido de que era una verdadera aparición. El mismo don Domingo Belmonte nos hizo esta narración. Alguién la creyó una alucinación, ya que junto al baldaquino del Santísimo había dos pirámides de flores que sobresalían y en el espacio que ellas encerraban podía formarse la figura de un niño. No entramos en la discusión. Solamente decimos que si fue una ilusión, ésta se fundamentaba en dos grandes verdades: que en aquel trono estaba realmente vivo y verdadero Nuestro Señor Jesucristo y que es El quien dijo: Sinite parvulos venire ad me: deliciae meae esse cum filiis hominum (Dejad que los niños se acerquen a Mí; mis delicias están con los hijos de los hombres). Se informó a don Bosco del acontecimiento y él hacía referencia al mismo en una carta al clérigo Francisco Cerruti, ya cercano ((**It8.425**)) a las sagradas órdenes, y cuyo patrimonio eclesiástico andaba formando. A todos sus sacerdotes, aun a los que habían salido del Oratorio, se lo había buscado con extraordinaria diligencia y tesón, y en esta ocasión lo trabajaba hacía meses ante el Rey, el Economato, la Obra Pía de San Pablo y la Curia, en favor de unos clérigos que se preparaban para recibir las órdenes mayores. Pero las diligencias y las cartas se multiplicaban y las dificultades y dilaciones no acababan nunca. Escribía al Rey: (**Es8.364**))
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