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((**Es8.354**) Verdad es que la habitación, donde don Bosco pasó la noche, tenía dos puertas y una de ellas daba a una escalera común con el vecino, pero habiendo ido enseguida a comprobarlo, la encontramos, como siempre, herméticamente cerrada y sin mover los fuertes cerrojos. Se habló de ello varias veces en familia y siempre se concluyó diciendo: -No sabemos cómo pudo salir. El joven Rapetti, algo rehecho de la gravísima crisis, deseaba con todas sus ansias hablar con don Bosco, el cual, después de celebrar la santa misa, fue bondadosamente a visitarlo. Dado que lo quería como a un hijo, le recomendó a la Santísima Virgen y, después de unas palabras de aliento que le alegraron mucho, le dio la bendición. Pero, antes de impartírsela, le preguntó si quería que le pidiese a Dios la gracia de curarlo instantáneamente. -No, respondió el muchacho; deseo hacer la voluntad de Dios. El buen joven expiraba en los brazos del Señor el 22 de junio. En la misma mañana del 22 volvió don Bosco a Turín, y el 23 recibía telegramas de Florencia con la ya prevista y dolorosa noticia de que había sido aprobada definitivamente la ley sobre los bienes de. la Iglesia. El Gobierno, que todo lo tenía preparado para la guerra, declaraba urgentemente la necesidad de aprovechar los bienes de la Iglesia para proveer a la penuria del erario. Para conservar las Ordenes Religiosas todavía existentes, se habían elevado al Parlamento ciento noventa y una mil instancias; pero la rabia de los sectarios contra las instituciones católicas, había tenido en cuenta las dieciséis mil que por instigación del mismo Gobierno, pedían la abolición. En efecto, la Cámara electiva, sin aceptar la propuesta disminución de los Obispados, sino imponiendo nuevas cargas a las rentas eclesiásticas, había aprobado el 19 de junio la ley que suprimía, sin excepción alguna, todas las corporaciones religiosas y demás entes eclesiásticos, y atribuía al Estado la posesión de todos sus bienes. En vano hubo diputados liberales, como ((**It8.413**)) Ricciardi, que suplicaron dejasen al menos a las Hermanas de la Caridad, a los Hospitalarios llamados Fate bene fratelli (Haced el bien, hermanos), los monasterios de Camáldoli (Arezzo) y de Montecassino. No se quiso que ni una sola víctima escapase al estrago. A los religiosos expulsados se les asignó una pensión anual: los sacerdotes y religiosas de coro de las órdenes propietarias recibieron un máximo de seiscientas liras y un mínimo de trescientas sesenta, según su edad; los legos y legas, un máximo de cuatrocientas ochenta y un mínimo de doscientas. Los sacerdotes y las coristas de las órdenes mendicantes, doscientas cincuenta liras los legos, y las legas (**Es8.354**))
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