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((**Es8.355**) ciento cuarenta, si tenían más de sesenta años, y noventa y cinco, si tenían menos. Esta última categoría era la más numerosa. A las monjas se les dio a escoger entre la asignación y una pensión vitalicia, de acuerdo con la dote pagada por ellas al entrar en Religión y, si aceptaban ya su petición, las dejaban en el monasterio o en una parte del mismo señalada por el Gobierno; pero, cuando hubiesen quedado reducidas a seis, serían concentradas en otra casa, aunque fuese de distinta orden. El 23 de junio pasaba esta ley al Senado por ochenta y siete votos a favor y veintidós en contra; y el Regente, Príncipe de Carignano, la sancionaba el 7 de julio. De este modo las órdenes religiosas fueron expoliadas de sus casas, rentas y posesiones, de tal modo que, en algunas provincias, las monjas quedaron reducidas a la más triste miseria. Una cantidad extraordinaria de fincas rurales salió a la subasta pública; muchas iglesias se dedicaron a usos profanos; monasterios y conventos se convirtieron en cuarteles, cárceles y escuelas; vasos sagrados, sacados de las iglesias, pasaron a manos de tahúres y judíos, y un gran número de religiosos de las nuevas provincias, mucho peor tratados por la última ley que por la del 1855, tuvo que ir a buscar por otros lugares, especialmente en el Piamonte, un honrado sustento. Don Bosco, que amaba tanto a los religiosos, se apresuró a socorrer a los atribulados. <((**It8.414**)) Bosco invitaba a religiosos, dispersados por todo el Piamonte, a que aceptaran hospitalidad en cualquiera de sus casas, y que, en efecto, algunos, hasta de órdenes mendicantes, aceptaron y se quedaron con él: unos, varios años; otros, toda la vida, atendidos en todo. Igualmente, habiéndose reunido algunos padres jesuitas en Turín y habiendo el Gobierno ordenado su expulsión, don Bosco me encargó a mí para visitar al padre Segundo Franco, su superior, con la misión de ofrecerles hospitalidad en cualquiera de nuestras casas y por el tiempo que desearan, y recuerdo que, en aquellas circunstancias, el padre Franco, llorando de emoción, exclamó: -íQué corazón más grande el de don Bosco! íVerdaderamente es un santo! Me encargó agradecérselo diciendo que ya habían tomado providencias, pero que siempre recordaría la caridad del hombre de Dios.>> (**Es8.355**))
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