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((**Es8.300**) ora pro nobis. El pueblo respondió: Ora pro nobis; e iba a recitar otras oraciones, cuando él se lo impidió y les hizo repetir tres veces la jaculatoria: María Auxilium Christianorum, ora pro nobis. A la tercera vez cesó el vendaval y apareció otra vez el sol. El Párroco y sus feligreses quedaron fuera de sí por la alegría ante una gracia tan manifiesta. No asustaban a don Bosco las incomodidades de un viaje, ni siquiera el perder el tren, cosa que le sucedía frecuentemente, porque, al ir y al venir, fácilmente encontraba personas que lo detenían; y él siempre era todo para todos. Nosotros mismos fuimos testigos del hecho siguiente. Pidió una mañana a un hermano que le acompañase a la estación de Puerta Nueva; había determinado celebrar la santa misa en el pueblo adonde se dirigía. Pero salió de la habitación y se le acercó un clérigo, que necesitaba decirle algo confidencialmente. Don Bosco se detuvo y lo escuchó. Por la escalera se encontró con otro, que también quería hablarle, y don Bosco se paró y lo atendió. Al final de la escalera le aguardaba un tercero y se entretuvo con él con toda tranquilidad. En los pórticos le rodearon varios sacerdotes y clérigos, y contentó a cada uno de ellos. Finalmente se dirigió hacia la puerta, a tiempo de que un jovencito ((**It8.348**)) corrió tras él llamándolo. Don Bosco se paró, se volvió y respondió a sus preguntas. Se requería la paciencia de Job para tener su calma. Cuando llegó a la estación, el tren había partido; no se inmutó de ningún modo; con toda tranquilidad fue a celebrar la misa en la iglesia de San Carlos y, de vuelta en la estación, partía con el segundo tren. Con aquella misma inalterable tranquilidad, unida siempre a una prudente firmeza, gobernaba el Oratorio en ciertos momentos un poco críticos por la falta de reflexión de algún muchacho. Enemigo declarado del respeto humano, no podía soportar en casa muchachos que sembrasen esta mala cizaña entre los compañeros. Florecía en el Oratorio la compañía del Clero infantil que dirigía don José Bongiovanni. Sucedió en 1866 que, por diversas causas, hubo muchos alumnos que la tomaron contra los que se habían apuntado en esta Compañía y no dejaban escapar la más mínima ocasión para criticarlos. El mote más insultante que creían poderles dar era el de: Bongiannistas. La cosa duró algunos meses, hasta que el Siervo de Dios, viendo que los del Clero se dejaban atemorizar, se enfriaban en la piedad y algunos pensaban abandonar la Compañía, después de haber avisado (**Es8.300**))
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