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((**Es8.299**) iglesia y, al verla derrumbada y deforme y tan extraordinariamente descuidada, reprochó francamente al párroco tantas faltas de cuidado en lo que tocaba al culto divino, y añadió: >>-Su casa parroquial está muy bien conservada y convenientemente amueblada, pero íla casa de Dios está muy descuidada! >>Por que no piensa en dotar al pueblo de otra iglesia? >>No sé, si como resultado de estas palabras o movido por otras razones, pero, en honor de la verdad, puedo asegurar que dicho párroco proveyó a ello con un legado a su muerte>>. Las Hijas de la Caridad habían abierto en Cúneo una casa para recoger y educar en las labores domésticas a las muchachas pobres y abandonadas. Encargaron de la obra a sor Arcángela Volontá y otra religiosa, pero llegaron a Cúneo y se encontraron en un embrollo: la casa no reunía las mínimas condiciones, se podía dudar de la solidez de las paredes y no había más mobiliario que dos jergones y alguna silla. Sólo dos niñas se hospedaban en aquel palacio, y no se veía ni siquiera la sombra de una fuente de ingresos. En estas condiciones se encontraba el instituto, cuando don Bosco, que se hallaba en Cúneo invitado por el padre jesuita Ciravegna, fue a visitarlo. El Venerable reconoció a primera vista en aquella pobreza extraordinaria los principios de una obra que Dios bendecía, y dijo a las buenas Hermanas: -Veo que lo superfluo no les estorba; es verdad, no pueden ir adelante de este modo, pero estén tranquilas, porque el Señor las bendecirá haciendo prosperar todas sus obras; y a su debido tiempo les dará una casa amplia y cómoda, donde podrán hacer mucho bien. Al salir les bendijo. Veinticuatro años después de esta bendición, iba sor Arcángela a agracederle en Valsálice, donde reposaban sus restos mortales, la bendición que dio a su casa. ((**It8.347**)) Ya no era posible reconocerla; había en ella diez monjas y cien niñas, sostenidas todas por la divina Providencia, que don Bosco prometió favorecería al caritativo Instituto. En este mismo año estuvo también en Revello de Saluzzo con el cura párroco don Francisco Geuna, canónigo y vicario foráneo. De improviso se desencadenó un terrible temporal. Soplaba furioso el viento; empezaba a granizar y corría la gente a la iglesia para implorar que no se arrasaran sus cosechas. Corrió también el Párroco, entregó a don Bosco el roquete y la estola y éste, viendo la urgencia del peligro, invitó al pueblo a invocar a María Auxiliadora, y exclamó: María Auxilium Christianorum, (**Es8.299**))
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