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((**Es7.723**) Actualmente sus internos son cerca de ochocientos, trescientos de los cuales aprenden un oficio manual, mientras los otros quinientos estudian humanidades, para luego consagrarse unos a la música, otros al dibujo, éstos a la ciencia, y aquéllos al servicio del altar. Cuando don Bosco ha conocido y aprobado la vocación de estos últimos, visten la sotana y siguen viviendo mezclados con los demás compañeros, hasta que están preparados para ingresar en su Seminario diocesano para cursar los estudios superiores. ((**It7.850**)) De estos clérigos siempre tiene unos sesenta. Pero esto no es todo; cada tarde recibe don Bosco en el mismo local otros ochocientos muchachos pobres, que viven con sus padres y van allí para aprender todo lo que enseña a los internos. Para los días festivos, ha abierto, además, otros dos locales, llamados igualmente Oratorios, en otros dos puntos de la ciudad, donde junta y hace pasar la jornada, entre diversiones y oración, a todos los muchachos que, instruidos por él, ya están colocados: de modo que, entre todos, en los días festivos llega a reunir unos tres mil muchachos. Cuando uno lee esta descripción se ve tentado a pensar que es un sueño, o al menos, si cree en la verdad del hecho, se imagina que el Oratorio de San Francisco de Sales, repleto de un número tan enorme de chicos llenos de vida, no contenidos por sargentos, con sable y palo, sino disciplinados por el pacífico don Bosco, debe ser una verdadera Babilonia, o sea, el modelo de la confusión y del desorden. íTodo lo contrario! Don Bosco posee el gran poder de amar y la rara dote de saber desarrollar este mismo poder en los corazones de los demás. Apenas un joven ha conocido a don Bosco, se siente atraído a quererle, y don Bosco, a su vez, sabe aprovecharse de esta benevolencia para conducir al muchacho a llevar a cabo espontáneamente todo lo que debe hacer. De donde nace que las órdenes prudentísimas y discretas, dadas por don Bosco, son observadas por todos con tal exactitud y tan buena voluntad que no hay cuidado de que nadie perturbe el orden. Es algo maravilloso, pero también muy cierto, que demuestra lo grande que es la fuerza de la caridad, dirigida por la fe católica. Encontramos en la historia eclesiástica al gran san Antonio que fundó comunidades con dos y tres mil monjes en los desiertos de la Tebaida. Pues bien, hoy vemos a don Bosco que realiza otro tanto, en medio de Turín. Aquel mismo espíritu del Señor que unía a los monjes y les hacía dóciles a la dirección de san Antonio, une entre sí a estos jóvenes y les hace dóciles a la dirección de don Bosco. Cuando uno entra en el Oratorio de San Francisco de Sales, queda sorprendido al ver aquel tropel de muchachos que corren y se cruzan, por así decir, en todas las direcciones sin tropezar; mas, a poco que los estudiemos individualmente, pronto advertimos la presencia del Espíritu del Señor, que mueve ordenadamente aquella enorme máquina. La alegría y la satisfacción, que se admira dibujada en los sonrientes rostros de aquellos chicos, revela la paz de la inocencia que palpita en sus corazones; sus modales, tan educados y corteses, como pueden desearlo los jóvenes de noble prosapia, demuestran con qué ánimo se doblegan al freno de la educación; la ansiedad y la atención con que atienden a las palabras de don Bosco, a quien nunca se cansan de escuchar, dan a conocer con qué dimensión se va desarrollando su inteligencia; el respeto confidencial, que es justamente amor y veneración hacia don Bosco, a quien consideran un Santo, disipa la admiración y descubre ((**It7.851**)) el secreto de la buena marcha de aquella casa. Se diría que aquellos muchachos quieren tanto a don Bosco que se guardan de ofender a Dios, para no apenar a su bienhechor. De este modo, sin látigo, sin palo y sin castigos de ninguna clase, la familia camina con (**Es7.723**))
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