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((**Es7.722**) pero hemos de confesar que no hemos logrado conocer la milésima parte de sus maravillosas virtudes: nos pasa como a Cristóbal Colón, que avanzando de isla en isla, yendo de descubrimiento en descubrimiento, apenas si tocó un punto del continente americano. Terminemos con un cuadro en el que se contempla su vida de estos primeros años, y donde se admira, aunque con alguna inexactitud, el resplandor de la verdad. El periódico, Archivo del Eclesiástico, año I, Volumen II del 1864, editado en Florencia, en el artículo I Monellini (Los Pilluelos), después de haber hablado de lo que se hizo en las diversas ciudades de Italia en favor de los pobres muchachos abandonados, dice así de don Bosco, en la página trescientos nueve. ((**It7.849**)) Turín cuenta con su don Juan Bosco, cuya obra en favor de los pilluelos es muy digna de ser descrita aquí brevemente. Don Juan Bosco es un auténtico sacerdote, que no posee un céntimo, pero que es rico de una fe que obra prodigios, de una esperanza que dispone de los tesoros de la Providencia y de una caridad benigna y paciente, que no trabaja en vano, sino que siempre alcanza su meta. Desde su primera juventud se sintió movido por una especial compasión por los pilluelos, y decidió salvarles; y así, una vez ordenado sacerdote, se entregó a su empresa. Conoció, además, sagacísimo como es, que para hacerles el bien no bastaba quererlos sino que era necesario dejarse querer por ellos, y que, por ningún otro camino, se podría llegar a hacerse querer sino dándose totalmente a ellos. Comenzó, por consiguiente, a alternar con ellos, mostrando un semblante sonriente y no huraño y severo, y mezclándose en sus juegos de muchachos parecía hacerse su discípulo, para hallar el modo de hacerse su maestro. Habiéndose hecho amigos a un buen número, se fue a vivir con ellos dentro de un almacén alquilado que les servía de dormitorio, de escuela, de capilla y de todo. No pasó mucho tiempo hasta que, como don Bosco contraía cada día nuevas amistades con los pilluelos, el inmueble ya no era suficiente para albergarlos y se vio obligado a trasladarse con ellos de casa en casa, pasando siempre de una pequeña a otra mayor. Al fin, cansado de mudanzas tan frecuentes, y de las interminables quejas del vecindario, que no podía aguantar el pequeño aalboroto de las diversiones de los chicos, resolvió comprar un campo en las afueras de Turín, en Valdocco, y levantar allí, desde los cimientos, un asilo para sus muchachos, que ha llamado: Oratorio de San Francisco de Sales. Cuando la casa está repleta, don Bosco no se desanima; hace nuevos planos de edificios y los levanta como por encanto. En este instante, como ya no caben sus chicos en el antiguo Oratorio, por él edificado, está construyendo una magnífica iglesia que quiere dedicar a María Auxiliadora de los Cristianos. En esta casa, pues, admite a cuantos muchachos pobres se presentan, y sin recibir un céntimo de ellos, les provee de alimento y de vestido, y les da instrucción completa, según la capacidad y la vocación de cada uno. No hay que suponer de ningún modo que les imponga a todos elegir un oficio manual: él les deja ante todo plena libertad para dedicarse a las bellas artes, a las letras, o al estado eclesiástico, como si perteneciesen a la más acomodada familia. (**Es7.722**))
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