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((**Es7.628**) exhortándoles a que los recomendasen con fe a la bondad de la celestial patrona, la Virgen María. El día 22 transcurrió tranquilo y también las primeras horas de la noche; pero, a eso de las nueve, se reunían en la plaza de San Carlos grupos de alborotadores. Una gran multitud movida por la curiosidad, les seguía. Una compañía de infantería, con guardias y agentes de policía, estaba alineada ante la Comisaría; un batallón del 17.° regimiento guarnecía la plaza por el lado de ((**It7.738**)) levante; en frente, al lado opuesto, estaba un batallón del 66.° de infantería. Hacia las nueve y media comenzaron los manifestantes a lanzar piedras al interior del portón de la Comisaría: dos soldados cayeron gravemente heridos. Los guardias, sin toque de trompetas, abrieron fuego contra el grupo de los agresores, y unas balas hirieron al coronel y a algunos soldados del 17.° de infantería. Cuando los soldados vieron caer a sus compañeros, creyeron que los disparos habían salido del pueblo y dispararon. Pero también entonces, para colmo de desgracias, ellos mismos causaron muertos y heridos en la tropa que tenían en frente, la cual, cayendo en el mismo error, descargó los fusiles contra la gente apiñada. La multitud se encontró en un instante entre el fuego cruzado desde tres partes y buscó la salvación en la fuga. Los sacerdotes, sin preocuparse del peligro, corrieron a asistir a los agonizantes y a levantar a los heridos. Hubo veintiséis muertos y el total de heridos registrados, según la estadística del Municipio, fue de ciento ochenta y siete: los transportados al propio domicilio y no registrados fueron todavía más. Casi todos estaban heridos por la espalda, no se encontró a ninguno de los caídos provisto de armas, la mayoría eran obreros jóvenes, algunos niños y seis mujeres. Exponemos estos hechos siguiendo la relación compilada por el Consejero Casimiro Ara y publicada a expensas del Municipio. Los ciudadanos estaban exasperados. Por suerte, un personaje pudo llegar hasta el Rey y exponerle la verdadera situación de las cosas. El Rey aterrorizado, temiendo cualquier estrago más espantoso, invitó por dos veces a los Ministros a presentar su dimisión: se negaron a ello diciendo que no debían ceder a las violencias de la plebe, y que solamente cambiarían de propósito ante una orden expresa y formal del Rey; y entonces Víctor Manuel les dió la orden de dimitir del cargo. Los Ministros obedecieron. El cambio de Ministerio, la prisión de los agentes provocadores, que se habían colocado a la cabeza de la manifestación, la presencia (**Es7.628**))
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