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((**Es7.575**) 17 de junio ((**It7.678**)) Yo hablo a muchachos que aprecian, aman y frecuentan el sacramento de la confesión. Y hacéis algo muy bueno. Caminando por el mundo encontraréis a menudo individuos que no dan el valor que vosotros dais a este sacramento. Pero no os extrañéis. Suponed un borracho que está dormido al borde de un precipio; id a gritarle que se levante, porque puede caer en él; no os entenderá. Para hacerle comprender el peligro, hay que librarle de la borrachera, hay que quitarle el vino de encima. Así sucede a muchos en este mundo. Están ebrios con los pecados y preocupaciones del mundo y no ven los peligros del alma. Para hacérselo comprender sería preciso apartarles un poco de las ocupaciones e intereses, darles alguna medicina que los libere de la esclavitud de ciertos pecados, es decir, hacerles oír un poco de la palabra de Dios y entonces también ellos conocerían que la confesión es algo precioso y comprenderían la necesidad de alejarse, mediante este sacramento, del peligro de perder el alma. En efecto, hay algo más hermoso y mejor que la confesión? Con qué nos ha beneficiado más el Señor que con esto? Si tenemos un pecado mortal en la conciencia, estamos destinados al infierno en ese momento y, hasta que no nos liberemos de él confesándolo, nuestro puesto es siempre el infierno. Por consiguiente, por más que se diga, tienes tiempo para confesarte, lo harás luego cuando seas viejo, resulta que uno está suspendido sobre la boca de este infierno horrible y es el Señor quien le sostiene por pura misericordia. Si continúo ofendiéndole, puede disgustarse y dejarme caer. 18 de junio Me preguntáis, tal vez, con qué frecuencia debéis comulgar? Escuchad. Cuando los hebreos estaban en el desierto comían el maná que caía todos los días. Ahora bien, el Evangelio nos dice que el maná era figura de la Eucaristía y por eso, también nosotros debemos comerle todos los días en esta tierra, que está figurada por los cuarenta años que el pueblo hebreo pasó en el desierto. Cuando hayamos llegado a la tierra prometida, no necesitaremos comer, porque veremos y tendremos a Dios con nosotros en su esencia. Los primeros fieles comulgaban todos los días y cuando iban a misa, los pocos que, por cualquier circunstancia, no podían comulgar, a un determinado punto de la misa debían salir. Aún más tarde, pero siempre durante los tres primeros siglos, ninguno iba a misa sin acercarse a la Comunión. La santa Iglesia, reunida después en el Santo Concilio de Trento, declaró que era su deseo que todos los fieles que asistían a la misa se acercasen a ((**It7.679**)) la sagrada mesa. Efectivamente, si el alimento del cuerpo se debe tomar a diario por qué no la comida del alma?. Así lo dicen Tertuliano y san Agustín. Entonces, me interpeláis vosotros, tendremos que comulgar todos necesariamente cada día? Os contestaré que no hay precepto de comulgar todos los días.Jesucristo lo desea, pero no lo ordena. Sin embargo, para daros un consejo proporcionado a vuestra edad, condición, devoción, preparación y acción de gracias, que sería necesario, yo os diré: poneos de acuerdo con el confesor y obrad según su consejo. Si de todos modos queréis saber mi deseo, helo aquí: comulgad todos los días. >>Espiritualmente? El Concilio de Trento dice: Sacramentaliter (sacramentalmente). Entonces? Entonces, obrad así: cuando no podáis comulgar sacramentalmente, comulgad al menos espiritualmente. (**Es7.575**))
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