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((**Es7.474**) cometer solemnes disparates. Por esto, con ellos pondré en práctica el rationabile obsequium vestrum de san Pablo. >>Había alguno que no tenía confianza en él, pero no podía ocultarle su corazón. Alguna vez me dijo don Bosco: >>-Mira, yo conozco a los hipócritas cuando se acercan. Apenas está uno junto a mí, siento tan sensiblemente su presencia, que me produce un malestar y unas náuseas que no acierto a explicarme, a pesar de todas sus bonitas palabras. >>Para conocer, además, a los inclinados al vicio de la impureza, me basta poder mirar una vez a un muchacho a la cara. Lo mismo me pasa con los inmodestos. Estoy seguro de no equivocarme. >>Y éstos, para no ser conocidos y descubiertos, huían solapadamente del encuentro con don Bosco y se alejaban de él. ((**It7.556**)) Esto era tan notorio en tiempo de mi bachillerato por los indicados jóvenes, que no se dejaban ver por don Bosco, según decían, a fin de que no pudiese leer los pecados en su frente. San Felipe los conocía por el olfato, don Bosco también por la vista>>. La estima, el amor y el respeto a don Bosco mantenían el orden en el Oratorio, en todo lugar y tiempo; y particularmente el silencio prescrito, cosa no fácil de obtenerse, dada la vivacidad juvenil. Nos baste recordar el salón de estudio. Era tenido casi por un lugar sagrado. Desde el comienzo del Oratorio reinó en él solemne y religioso silencio. Hasta en invierno, cuando el frío era excesivo, y don Bosco permitía a los muchachos entrar en el estudio para desayunar, jamás se turbaba el silencio por respeto al lugar. Diríamos que casi se penetraba de puntillas y, con la gorra en la mano, se colocaba cada cual en su puesto. Se rezaba una avemaría, se respondía Ora pro nobis a la jaculatoria Sedes sapientiae, que en 1867 se sustituyó por la de María Auxilium Christianorum. Don Bosco iba también de vez en cuando al salón de estudio, para dar buen ejemplo, y estudiar con los demás. Resultaba un espectáculo maravilloso. Entrara quien entrara, no importaba de qué dignidad, nadie se movía de su puesto, ni volvía la cabeza o daba señal de curiosidad. Hablaremos, por ahora, de dos visitas. De la primera nos dejaron memoria don Bosco mismo y Pedro Enría. <(**Es7.474**))
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