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((**Es7.470**) estará contento de seguir viviendo; el que debe morir, estará contento de encontrarse bien preparado>>. Por la noche del 13, habló don Bosco así: Ayer por la mañana hicimos el ejercicio de la buena muerte. Todo el día anduve pensando en los frutos que de él nacerían. Temo, sin embargo, que alguno de vosotros no lo haya hecho bien. Tuve esta noche un sueño que voy a contaros. Me encontraba en el patio con todos los alumnos de la casa, que se entretenían en saltar y correr. Salimos del Oratorio para ir de paseo y, después de algún tiempo, nos detuvimos en un prado. En él los muchachos reanudaron sus juegos y cada uno iba a porfía con los demás ((**It7.551**)) para ver quién era el que más saltaba. En esto que descubrí, en medio del prado, un pozo sin brocal. Me acerqué para examinarlo y asegurarme de que no ofrecía peligro alguno, cuando vi en el fondo una horrible serpiente. Su grosor era como el de un caballo, mejor dicho, como el de un elefante; su cuerpo informe y todo cubierto de manchas amarillentas. Inmediatamente me aparté lleno de miedo y comencé a observar a los jóvenes que, en buen número, habían empezado a saltar de una a otra parte del pozo y, cosa extraña, sin que me viniese a la mente la idea de prohibírselo o de avisarles del peligro a que se exponían. Vi a algunos pequeños, tan ágiles que lo saltaban sin dificultad alguna. Otros, mayores, como eran más pesados, saltaban con más brío, pero alcanzaban menor altura y a veces iban a caer en el mismo borde; y he aquí que entonces asomaba y volvía a desaparecer la cabeza de aquel espantoso monstruo que mordía a éste en un pie, a aquél en una pierna, a otros en distintos miembros. A pesar de esto, aquellos incautos eran tan temerarios que seguían saltando sin parar, y casi nunca quedaban ilesos. Entonces un joven me dijo, señalando a un compañero: -Mira, éste saltará una vez y lo hará mal; saltará la segunda y quedará allí. Me daba lástima ver entretanto a muchos jóvenes tendidos por el suelo, uno llagado en una pierna, otro con un brazo malherido y alguno con el corazón desgarrado. Yo les iba preguntando: -Por qué saltáis sobre ese pozo exponiéndoos a tan gran peligro? Por qué, después de haber sido mordidos una y otra vez, volvéis a repetir ese juego funesto? Y ellos respondían, mientras suspiraban: -No estamos acostumbrados a saltar. Yo les decía: -Y qué necesidad había de saltar? Y ellos replicaban: -Qué quiere? No estamos acostumbrados. No creíamos que íbamos a padecer este mal. Pero entre todos uno me llamó la atención y me hizo temblar: era el que me había sido señalado. Saltó de nuevo y cayó dentro del pozo. Después de unos instantes, el monstruo lo arrojó fuera, negro como el carbón; pero aún no estaba muerto, y seguía hablando. Los que estábamos allí le contemplábamos espantados y le preguntábamos. Así termina don Domingo Ruffino, cuya crónica no añade más. Nada dice sobre la interpretación del sueño ni de los avisos que, a buen seguro, daría don Bosco a los jóvenes en general y en particular, (**Es7.470**))
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