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((**Es7.387**) querer cambiar de lugar y apartarse un poco de don Bosco, tropezó con el pie en la pequeña alfombra y, de milagro, no cayó. Salió Gatti, ocupó su lugar el inspector y don Bosco, invitado por el señor Ministro, tomó la palabra. -Excelencia, le agradezco el permiso que me da para hablar. Yo no pretendo acusar a nadie, sino defender mi causa y la de mis muchachos. Estos fueron interrogados indiscretamente, fueron torturados con preguntas insidiosas, con indignas insinuaciones contra sus superiores y con palabras que es mejor callar. Una investigación así va contra la Constitución, contra la misma honradez natural y, de ser conocida, excitaría la pública reprobación. Añado algo más y es: el señor Inspector, delante de mí y ((**It7.452**)) de otras personas del Centro, confesó que nuestras escuelas podrían proponerse como modelos de estudio, de moralidad y de disciplina, y que no había encontrado nada que desmereciese; más aún, añadió que sería de desear que las escuelas públicas funcionasen como las nuestras; y luego, aquí delante de vuestra Excelencia, afirma todo lo contrario. Dice que en mi instituto no se encuentra el retrato del Soberano, cuando contempló tres, en tres aulas distintas. -Sí, pero son fotografías feísimas, replicó el profesor. -Si son feas, añadió don Bosco, no es por mi culpa, sino por la del que las grabó o pintó; si fuesen más bonitas también a mí me gustarían más. Pero hay una cosa que no puede complacer a ninguno y es esconder la verdad y tergiversar los hechos ante las autoridades públicas, con daño para quien consagra su propia vida al alivio de las miserias humanas, y sobre todo en favor de la juventud abandonada. Esta es una conjuración contra la verdad y la justicia, una opresión de la inocencia, un engaño al Estado. Por la franqueza con que hablaba don Bosco y las contradicciones y sofismas de los relatores, el Ministro no tardó en comprender de qué lado estaba la razón, y dijo: -íBasta, basta ya! Todo lo he comprendido. He visto que fueron violadas mis órdenes y que encima se me quería engañar. Esto de ningún modo. Usted, señor profesor, vaya a su despacho; hablaremos en otro momento. Cuando salió el Inspector, el señor Ministro siguió dialogando con don Bosco y dijo: -No creía estar tan mal servido. Además, me vale de norma para saber quiénes me rodean. Pero, cambiando de tema, dígame don Bosco, en qué se fundan todas esas habladurías tan desfavorables que corren contra usted y su Instituto? Cualquier secreto, cualquier (**Es7.387**))
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