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((**Es7.263**) suyas, y cuando don Miguel Rúa me escribió a París comunicándome la partida de don Juan Cagliero para América, me acordé inmediatamente de la profecía y exclamé: -íHe aquí el Obispo profetizado por don Bosco! íDe tal forma se me había grabado la profecía de aquel día! Pero como yo no puedo saber la explicación de las profecías de don Bosco, y no podría asegurar que don Juan Cagliero estuviese presente, aquella profecía podría referirse a otros, incluso a algún muchacho, quizá al mismo Lasagna. íQuién sabe!>> Estaba presente Luis Lasagna, muchacho de doce años, el cual, siempre que el buen padre aparecía en medio de sus hijos, se sentía inmediatamente atraído hacia él, y se tenía por muy dichoso si le dirigía la palabra o al menos una mirada bondadosa. Pero durante los primeros días, como era de índole vivacísima y casi indomable, quería, en los recreos, ser el amo de los juegos en medio de aquel mundo de avispados jovencitos, de tal forma que frecuentemente daba lugar a clamorosas contiendas para sostener sus razones. Acostumbrado a la vida libre de los campos, le pareció pesado el yugo del reglamento que le marcaba el tiempo para sus deberes y tal vez comunicó a los compañeros su repugnancia. Como era sensibilísimo y poseía una viva imaginación, víctima de la nostalgia de su pueblo, encontró la manera de huir del Oratorio y volver a Montemagno. Pero sus padres le devolvieron inmediatamente a Valdocco. Don Bosco lo aceptó sin regañarle por su escapada; le trató con tanta amabilidad de alientos y de avisos paternos que lo conquistó para Dios y para la salvación de sus hermanos. Don Bosco había entrevisto desde el principio sus raras dotes. Era franco, ingenuo, generoso, de una fuerza de voluntad extraordinaria ((**It7.304**)) de un corazón afectuosísimo, de gran memoria e ingenio. Frecuentemente se le oyó repetir a don Bosco desde entonces: -Es de buena madera, ya lo veréis. Era de la madera con la que se hacen los obispos. Resultaba admirable la perspicacia de don Bosco para discernir y juzgar quiénes eran los muchachos que servían para su casa y quiénes no. Nos dejó escrito don Francisco Provera: <>-Te gustaría estar aquí conmigo? >>-Sí, sí, respondió el muchacho: lo he pensado mucho. (**Es7.263**))
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