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((**Es7.214**) -Ya sabes que animalis homo non percipit ea quae Dei sunt: (el hombre animal no capta las cosas del espíritu de Dios) 1. -Pero no hay remedio para que esos jóvenes vuelvan en sí? -Sí, que lo hay. -Y cuál sería? -No hay otro más que el yunque y el martillo. -El yunque? El martillo? Y cómo hay que emplearlos? -Hay que someter a los jóvenes a la acción de entrambos instrumentos. -Cómo? Acaso debo colocarlos sobre el yunque y luego golpearlos con el martillo? Entonces aquél explicando su pensamiento, dijo: -Mira: el martillo significa la Confesión; el yunque, la Comunión; hay que usar estos dos medios. Puse manos a la obra y comprobé que los indicados eran unos remedios eficacísimos, mas no para todos. Muchísimos recuperaban la vida y curaban, pero el remedio era inútil para algunos. Estos son los que no se confesaban bien. >>Cuando los jóvenes se retiraron a los dormitorios -continúa Provera-, pregunté a don Bosco por qué su orden a los clérigos, para que impidiesen a los muchachos comer la carne de la serpiente, no había conseguido el efecto deseado. Y me respondió: >>-No todos obedecieron; por el contrario, vi a algunos de los clérigos, como ya dije, que también comían de aquella carne>>. Estos sueños representan, en resumidas cuentas, la realidad de la vida. Con las palabras y con los hechos don Bosco refleja el estado interior de una, de cien comunidades en las que, en medio de grandes virtudes, también existen miserias humanas. Y no hay que maravillarse de ello, tanto más que el vicio, por su propia naturaleza, tiende a expandirse más que la virtud, de donde nace la necesidad de una vigilancia continua. Alguien podrá objetar que habría sido más conveniente atenuar u omitir alguna descripción ((**It7.244**)) un tanto enojosa, pero nuestro parecer no es el mismo. Si la historia ha de cumplir su noble oficio de maestra de la vida, debe describir el pasado tal y como fue en realidad, para que las generaciones futuras puedan animarse ante el ejemplo del fervor y de la virtud de los que les precedieron y, al mismo tiempo, conocer sus faltas y errores, deduciendo de ellos la prudencia con que debe regular los propios actos. Una narración que sólo presentase un lado de la realidad histórica, conduciría irremisiblemente a un falso concepto de la misma. Errores y defectos, repetidas veces cometidos, al no ser reconocidos como tales, volverían a ser causa de nuevas transgresiones sin gran esperanza de enmienda. Una mal entendida apología (1) I Cor. II, 14. (**Es7.214**))
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