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((**Es6.589**) distancia de sus pies un calentador, pero él seguía quejándose y gritando que se le dejaba morir de frío. Muy pronto volvió a repetirse e ir creciendo su delirio, y, a la par que se desahogaba en gritos desgarradores, hacía esfuerzos por echarse de la cama. Entre tanto el pulso acusaba un gran desfallecimiento. Los que lo rodeaban discurrían cuál podía ser su ((**It6.781**)) mal; decían unos que sería porque no había tomado alimento en todo el día, y que serían convulsiones nerviosas; otros pensaban que sería efecto de las lombrices intestinales, que con tanta frecuencia afectan a los jóvenes; quién suponía se trataba de una calentura maligna, quién de un flujo de sangre a la cabeza. Yo confieso que no entendía el caso y ni ahora tampoco sabría decir de qué enfermedad se trataba. Seguía el enfermo quejándose del muchísimo frío que pasaba, aun después de la extraordinaria y repentina transpiración que le tenía empapado de sudor de pies a cabeza. Y pedía continuamente, con gran insistencia, que le diesen de beber agua fría para quitarse un estorbo que decía sentir, ya en el estómago, ya en la garganta. Pero de nada servían los remedios que se le suministraban. Habían transcurrido dos horas, y el enfermo seguía empeorando. Toda la casa estaba asustada por el caso. Creyóse entonces prudente nombrarle al Superior del Oratorio, como para recordarle delicadamente a su confesor. Y ello tuvo su buen resultado, pues Davico, apenas oyó el nombre de don Bosco, insistió, aun en medio de sus dolores y lamentos en que lo llamaran. Yo, entre tanto, temiendo por su vida, corrí a la iglesia para advertir a algún sacerdote que tuviera preparado lo necesario para la unción de los enfermos; y mientras avisaba a don Víctor Alasonatti, entraba don Bosco por la portería, cuando serían las ocho de la noche, de regreso de la ciudad. Díjole don Víctor: >>-Si quiere ver a Davico todavía vivo, corra, porque es un milagro si a estas horas no ha expirado ya. >>Sonrió don Bosco y contestó: >>-No, no; Davico no se va todavía; no le he firmado yo el pasaporte. >>Don Bosco fue a la cabecera del enfermo y yo le seguí. Todos los que estaban en la habitación, superiores y alumnos, rezaban. Davico parecía ya en el estertor de la agonía. Se acercó don Bosco a la cama, le miró unos instantes a la cara, vio la gravedad de su estado y, ((**It6.782**)) luego, le habló al oído en voz baja, de modo que nadie entendió. Después invitó a los presentes a rezar un Pater, Ave y Gloria a Domingo Savio. Todos se pusieron de rodillas. Extendió don Bosco las manos sobre el enfermo y lo bendijo. El joven, que en aquel (**Es6.589**))
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