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((**Es6.31**) Así concluía una jornada que dejará en el corazón de aquellos buenos jóvenes un recuerdo imborrable de la paternal bondad del Santo Padre. Esos pobrecitos, no acostumbrados a recibir caricias de los hombres, y que llevan una vida de penuria y privaciones, sienten vivísimo agradecimiento al Jefe de la Iglesia que desde su altísimo puesto, lejos de olvidar a los hijos ((**It6.25**)) del pueblo, como lo hacen los aduladores del mismo pueblo, se muestra y se da a conocer como verdadero padre suyo, de la misma manera que lo es de los grandes de la tierra y de los príncipes. Así terminaba Armonía del 29 de junio de 1858. A la fiesta de san Juan Bautista sucedió en el Oratorio la de san Luis, que solía celebrarse en la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo. El amor que tenía don Bosco a este angélico joven hacíale celoso propagandista de su devoción y fundador de asociaciones en su honor, hasta fuera del Oratorio, por los pueblos adonde iba a predicar. Poirino fue uno de éstos. Invitado por el teólogo don Esteban Giorda, párroco de Santa María la Mayor, había ido don Bosco en octubre de 1855, y con una función conmovedora, había inscrito en la Compañía de San Luis a los chicos de aquella parroquia. En muchos lugares florecen todavía hoy estas piadosas asociaciones fundadas por él, y la de Poirino celebró en 1905 el cincuentenario de su existencia. Dedúzcase de ello el empeño que don Bosco tenía por mantener encendido este fuego sagrado en el Oratorio, especialmente mediante dicha solemnidad. Apenas si hemos mencionado esta fiesta en años anteriores cuando no había ningún hecho extraordinario, pese a que, a decir verdad, lo extraordinario era algo habitual. Mas no podemos pasar por alto la del 1858, con la descripción de la misma y las reflexiones que brotaron de la valiente pluma de un ilustre patricio, que publicó un artículo en Armonía del 4 de julio. En verdad merece figurar por entero aquí. El 29 de junio en el Oratorio de Valdocco Amanecen a veces en la vida ciertos días plácidos y serenos, que alivian las penas y proporcionan al espíritu fatigado grandes alegrías y esperanzas inenarrables. Estas ((**It6.26**)) horas, es verdad, brillan y escapan como un relámpago, pero dejan tras sí un recuerdo duradero en el pensamiento, que se deleita después evocándolas, se alimenta de ellas y hace casi su néctar, cuando ya no existen. Conmemorábase en el Oratorio de Valdocco el aniversario del día consagrado a los dos grandes apóstoles Pedro y Pablo, y se festejaba a la vez al angelical san Luis. En Turín, como en cualquier otra ciudad populosa, donde más compacta se apiña la familia humana, están siempre juntos y marchan a la par, entremezclándose de continuo por todas partes, según los arcanos y adorables designios de Dios, dolores(**Es6.31**))
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