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((**Es6.286**) con valor y entre muertos y heridos quedaron fuera de combate más de cincuenta mil hombres. Me aseguran que Napoleón dijo: -Los austriacos han perdido el terreno, nosotros hemos perdido los hombres. Quería significar que hubo más pérdidas en nuestro bando, pero nosotros sabíamos que no hay guerra sin muertos de una y otra parte. Lo mismo que no se puede hacer una tortilla sin romper los huevos, tampoco se puede hacer una guerra sin muertes. Desde que vi la batalla de Solferino siempre he dicho que la guerra es algo que causa horror y yo creo que es totalmente contraria a la caridad. Pero, fuera como fuera la batalla, la victoria se inclinó de nuestro lado y los austriacos se vieron obligados a atravesar el Mincio, que es un río que separa Lombardía de Venecia. VI El cesto -El sombrero -La coleta -El silbido de las balas y las jaculatorias -La paz -Un regalo -Una merienda. Vosotros, mis queridos amigos, preguntaréis: Y no fuiste herido en medio de tantos combates? Gracias a Dios quedé salvo, pero fue por milagro. Mientras estaba en el cerro rodeado de enemigos, buscaba siempre cómo esconderme junto a las plantas, detrás ((**It6.374**)) de las rocas, al amparo de las escarpas o en los hoyos. Hubo un momento en que me creí muerto. Pasó una bala de cañón rozándome y se llevó por delante mi canasto con vasos y botellas. -íA los ladrones, empecé a gritar, a los ladrones! Y he aquí que una bala de fusil, sin pedirme permiso, me quitó el sombrero de la cabeza. -íEa, grité desconcertado sin ver a persona humana, dejadme en paz, que yo no hago daño a nadie! Y en aquel mismo momento un casco de metralla pasó rozando mis hombros y me llevó enterita la coleta. -íPobre coleta mía, exclamé, cómo me las compondré para dar fe de que el Hombre de Bien no ha perdido la cabeza? Volví la mirada para verla por última vez, pero con gran pena ya no la vi. Con la pérdida de mi coleta, tuve aún un consuelo; porque todavía me quedó la cabeza sobre los hombros; y esto no es poco. Temiendo entonces que una pelotita de plomo tuviera la humorada de venir a arrancarme la cabeza de los hombros, me acurruqué en un hoyo, me cubrí de tierra hasta el cuello, coloqué la cabeza junto a dos gruesas piedras y allí me estuve hasta que llegó la noche. Oía silbar las balas que a cada instante pasaban sobre mi cabeza. Y yo decía: -íJesús mío, misericordia!, y besaba la medalla. Fuera por la gracia del Señor, fuera por la especial protección de la Virgen, es un hecho que me salvé y pude, una vez más, volver a estar con vosotros para contaros algunas de mis peripecias. Pocos días después de la batalla de Solferino, Napoleón escribió una carta al emperador de Austria; después le visitó, hablaron y los dos reconocieron que era mejor la paz que la guerra, que era mejor ser amigos y conservar la vida de sus soldados, que ser enemigos y matarse unos a otros. Ahora ya está definitivamente concertada y firmada la paz y, si los hombres no la alteran, ya no habrá más guerra. Napoleón (**Es6.286**))
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