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((**Es6.255**) >>-No es éste el hijo de José, el carpintero? Y quiere hacerse el doctor en medio de nosotros? >>Y poniendo en duda sus milagros, le gritaban: >>-Todo eso que hemos oído que has hecho en Cafarnaún, hazlo también aquí en tu pueblo. >>Y Jesús les respondió: >>-Amen dico vobis, quia nemo propheta acceptus est in patria sua. (En verdad os digo que ningún profeta fue recibido en su patria.) >>Sus paisanos ya no quisieron escucharlo, se levantaron, lo echaron furiosos fuera de la ciudad, y lo llevaron hasta la cumbre del monte, donde se asentaba Nazaret, para despeñarlo. >>Y Jesús, con un milagro evidente, impide que pongan sus manos sobre él, pasa por entre aquel tropel de insensatos y baja a Cafarnaún. Ya no volvió jamás a Nazaret. Iba a pasar la noche y a comer en casa de Pedro, de Lázaro, de Nicodemo y de José de Arimatea, según algunos, o bien en casa de alguna otra persona caritativa, pero nunca a comer o a dormir en casa de su madre. >>Era ésta una lección que daba el Divino Salvador a sus discípulos. En efecto, la envidia, los celos, la malignidad, el amor propio herido, las disensiones entre las familias, los intereses materiales, los partidos políticos, las consecuencias mismas de un celo auténtico por el bien de las almas y de la Iglesia combaten casi siempre, y a veces terriblemente, al religioso que vive en su patria, por santo que sea. >>Y si no fuere siempre santo? Entonces se puede afirmar con absoluta certeza que, humanamente hablando, no podrá hacer mucho bien en su patria. La razón es clara. Cada uno pasó en su pueblo la edad de la niñez y sabido es que en esa edad todos, aun los más virtuosos, quien más ((**It6.332**)) quien menos, han tenido sus fallos pequeños o grandes, que pueden ser divulgados por los que los conocen. >>Por ejemplo, uno puede haber tenido un violento altercado con otro; haber empinado el codo más de lo justo en alguna circunstancia; haber sido amigo de un mal compañero; haber sostenido conversaciones menos buenas; haber ido a nadar al río o tal vez haber robado fruta por el campo, o algún dinerillo en casa, o cualquier chiquillada por el estilo. Ahora bien, por muy predicador que salga este religioso, si sube al púlpito en su pueblo y grita contra algún pecado, siempre habrá alguién que pueda decir: >>-También tú lo hiciste. Hiciste eso conmigo, hiciste aquello, dijiste esto o aquello. >>Y estas habladurías repetidas, aun sin malicia, en público, destruyen (**Es6.255**))
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