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((**Es6.22**) Una tarde hacía ya largo rato que se encontraba con sus muchachos a la hora de recreo y se sentía cansado. Después de haberles hecho caminar un poco, sacó fuera del pórtico a todos los que estaban formando corro en su derredor. Los hizo sentarse en el suelo, y él con ellos. Aunque los muchachos se encontraban incómodos, ninguno se atrevía a moverse, por su interés de oír a don Bosco y no perder ni un instante del tiempo que él había destinado a estar con ellos. El siervo de Dios, después de hablar del gran bien que quedaba por hacer a las almas en el mundo, de la necesidad de hacerlo proto, y de cómo deseaba el Señor que los chicos del Oratorio lo ayudaran, añadió: -íCuánto bien se podría hacer, si yo tuviera diez o doce buenos sacerdotes para enviarlos en medio del mundo! -íYo, yo! -respondieron todos a coro. La entusiasta respuesta hizo sonreír a don Bosco, que siguió diciendo: -Pero, si queréis venir conmigo, es preciso que os pongáis a mis órdenes, y me dejéis hacer con vosotros lo que estoy haciendo con el pañuelo, que tengo en las manos. Y, al decir esto, como solía hacer, y ya lo hemos contado otras veces, sacó del bolsillo un pañuelo blanco y lo fue doblando de uno y otro modo; lo pasó a la mano izquierda y lo frotó hasta hacer con él un ovillo; hizo después un nudo y lo deshizo echándolo al aire para volver a plegarlo de otra forma. Los chicos contemplaban atónitos aquella extraña mímica de don Bosco y muchos no lo comprendían. Entonces él, tomando de nuevo la palabra, dijo: -Todo será posible, si dejáis ((**It6.12**)) hacer con vosotros lo que me habéis visto hacer con el pañuelo: Si me obedecéis, si hacéis mi voluntad, la voluntad de Dios, veréis que El hará milagros por medio de los muchachos del Oratorio. Y muchos de ellos se pusieron resueltamente a sus órdenes para cooperar en la gran misión. Por lo demás, don Bosco inculcaba continuamente a sus alumnos la virtud de la obediencia y la predicó un domingo por la tarde, al tener que suplir al teólogo Borel. Sus palabras, recogidas a vuela pluma por el clérigo Juan Bonetti, fueron las siguientes: Todos los que quieren ejercer un oficio deben pasar por un aprendizaje para aprenderlo bien. Hay un antiguo refrán que dice: nadie nace maestro. Por esto, si uno quiere ser albañil, es preciso que durante dos o tres años se resigne a llevar el cubo, los ladrillos, las piedras y hacer otros pesados servicios como éstos, para aprender después a manejar la paleta y levantar casas, sin miedo a que luego caigan(**Es6.22**))
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