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((**Es5.575**) donde estuvo la primera casa. Tomaban al mediodía una abundante escudilla de sopa y al desayuno y a la cena un buen bollo de pan que comían mientras hacían recreo. Después de verlo todo, charló don Bosco un rato con el abate Montebruno sobre el proyecto de unir sus dos obras y luego salió con Miguel Rúa a la ciudad. Pero como se levantó un viento molesto, después de unas vueltas, fue a Santa María del Castillo, donde tienen su convento los Dominicos. El Padre Cottolengo, hermano del venerable fundador de la Pequeña Casa de la ((**It5.810**)) Divina Providencia de Turín, párroco de aquella antiquísima iglesia, recibió con agasajos a los dos gratos visitantes, les hizo servir un refrigerio y les obligó a quedarse con él para cenar y dormir. Pasaron una tarde excelente y cuando don Bosco y el Padre Cottolengo se quedaron solos, prolongaron su conversación hasta la una de la madrugada. A la mañana siguiente, don Bosco celebró la santa misa en la iglesia de los padres dominicos en un altar dedicado al Beato Sebastián Maggi, fraile dominico muerto hace más de tres siglos. Su cuerpo es un continuo milagro, porque se conserva intacto, flexible y con un color que parece muerto hace pocos días. En torno del altar hay multitud de exvotos y otros signos de gracias recibidas. Es objeto de gran veneración y meta de un numeroso concurso de fieles que van a implorar gracias del Señor por intercesión de su fiel siervo. Don Bosco esperaba partir el diecinueve por la mañana, pero falló su esperanza. El viento contrario había retrasado la llegada del barco, en el que debía embarcarse y, por tanto, muy a pesar suyo, tuvo que esperar hasta entrada la tarde. Puede decirse que las veinticuatro horas de Génova fueron para él una auténtica bilocación. Estaba con el cuerpo en Génova, pero con el pensamiento en Turín, ya que pensaba que, de haber previsto aquel contratiempo, habría podido pasar un día más en familia. Había de ir a obtener el visto bueno del pasaporte. El caballero Scorza, cónsul pontificio residente en Génova, recibió a don Bosco con mucha amabilidad y él mismo despachó la documentación para la policía. Trató de conseguirle algún descuento en los pasajes del barco, pero no le fue posible. Por eso, limitóse a darle algunos encargos para ((**It5.811**)) Civitavecchia y para Roma, con una carta de presentación para el Delegado Pontificio en Civitavecchia. Así, pues, don Bosco después de reservar las plazas en el barco a vapor Aventino, fue a comer con los padres dominicos, quienes le trataron exquisitamente y le entregaron varias cartas para Civitavecchia y Roma. De allí volvió con su compañero a las colinas de (**Es5.575**))
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