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((**Es5.574**) entre las gargantas de los altos y escarpados Apeninos, por viaductos y túneles hasta que se paró en Busalla. Aquí, subieron y se sentaron junto a don Bosco dos montañeses. Uno de ellos estaba descolorido, enfermizo y causaba pena. El otro tenía un aspecto lleno de vida y aunque rozase los setenta años, demostraba todo el vigor de un joven de veinticinco. Vestía calzón corto, y polainas casi desabrochadas, de manera que se le veían las piernas, las rodillas desnudas y curtidas por el frío. Estaba en mangas de camisa, con una camiseta y una chaqueta de paño grueso que llevaba como simple formalidad sobre los hombros. Don Bosco, a quien gustaba entretenerse con la gente del pueblo, después de haberle hecho hablar de muchas cosas le dijo: ->>Por qué no se pone usted la ropa de modo que le defienda del frío? El otro contestó: -Mire, señor; somos montañeses y estamos acostumbrados al viento, a la lluvia, a la nieve y al hielo. Casi no nos damos cuenta del invierno. Nuestros hijos andan hoy sobre la nieve con los pies descalzos y lo hacen para divertirse, sin preocuparse del frío o del calor. Después decía don Bosco: -De esto saqué la conclusión de que según ((**It5.809**)) como se le trata, así está el cuerpo dispuesto a recibir más o menos. Aquéllos que quisieran remediar todo lo sensible, se ponen en la necesidad de sufrir graves incomodidades, a las que es insensible el hombre acostumbrado. La nieve iba disminuyendo a medida que el tren se acercaba al litoral de Génova. Aparecieron al principio verdes declives, luego jardines con flores y finalmente almendros floridos y melocotoneros con los botones próximos a abrirse. Por fin Génova, íy el mar! El tren entraba en la estación. El cuñado del Abate Montebruno esperaba con algunos muchachos a don Bosco y al clérigo Rúa. Adelantóse cortésmente a ellos apenas bajaron del tren, entregó a los muchachos las maletas de los dos viajeros y los acompañó hasta Carignano, a la Pía Obra de los Artesanitos. El abate Montebruno los recibió con atenciones y cariño; pero como ya eran las tres de la tarde y don Bosco no había tomado en todo el día más que un taza de café, se sentaron enseguida a la mesa, y luego visitaron la casa, las clases, los talleres y los dormitorios. Don Bosco creía encontrarse en la antigua casa Pinardi, de tanto como se parecía la una a la otra. Había treinta internos y veinte más trabajaban y comían allí, pero iban a dormir a Canneto, (**Es5.574**))
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