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((**Es5.393**) supone nuestra larga separación; pero el convencimiento de que tu bondad nos querrá mostrar una amorosa indulgencia, ésta, oh queridísimo profesor, aparta de nuestra mente todo pensamiento triste. Nos vemos poco merecedores de tu bondad y caridad, pero tú, dignísimo Profesor, cuya incansable paciencia por nuestro progreso, nos acarreó tantas ventajas, tú, digo, sabrás perdonar cuanto de menos bueno, por nuestra culpa, ha ocurrido y trocar en cariño el castigo que por ello hubiéramos merecido. Sabemos que tu buen corazón, lleno de ardiente caridad, querrá serlo tal, sobre todo entonces, cuando sólo ((**It5.553**)) de ti dependa nuestro éxito y que entonces se abrirá, como flor primaveral que nace verdeante a la mañana, tu gran benignidad hacia nosotros. Te deseamos felices y prósperas vacaciones y esperamos que, aún en este mundo, premie el Señor tus solícitos desvelos con nosotros. Atención de tus discípulos del Cottolengo Entre tanto, en noviembre de 1856, quedaba terminado el local junto al portón de entrada, destinado a clase elemental diurna diaria, provisto de mobiliario y de los enseres necesarios. Poco después lo abría don Bosco para los chicos externos. Una nube de chavales acudía de las casas de los alrededores. Puso al frente, como maestro, a Santiago Rossi, natural de Foglizzo, al que él había invitado a ir al Oratorio, cuando estuvo predicando en su pueblo; era un joven de excelente voz de bajo y que tocaba el trombón en la banda. Como se ve, se multiplicaban los chicos del Oratorio y los del internado. Don Bosco gozaba viendo crecer la familia con tantos muchachos, arrancados a los peligros del vicio y colocados en el camino de la virtud. También los más antiguos, tenidos como primogénitos, gozaban al ver engrosar las filas con sus hermanos menores. Y éstos gozaban a su vez al ver que habían encontrado un asilo seguro y pan para su cuerpo y para su espíritu. Gozaban así mismo muchos padres sabiendo que sus hijos eran bien educados e instruidos, y expresaban su más vivo agradecimiento. Gozaban finalmente también, por su lado, los bienhechores y bienhechoras contemplando el fruto de su caridad. Hasta el canónigo Lorenzo Gastaldi, de vuelta a la patria en 1856 para pasar unos días, como solía hacer de cuando en cuando, admiraba a don Bosco, se congratulaba ((**It5.554**)) con él y le animaba a proseguir en su admirable empresa. Pero el mayor estímulo era la caridad, y don Bosco, durante este mes, con su fascinante palabra, adoctrinaba en la virtud a los alumnos nuevos. José Reano escribió algunas de sus pláticas, cuyo fin era impulsar a los muchachos a seguir el camino de la vida eterna, porque Dios quería que absolutamente todos se salvaran. <(**Es5.393**))
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