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((**Es5.242**) E insistía en marcharse. Diéronse cuenta aquellas damas de su falta de modestia, se sonrojaron y, abochornadas, fueron a buscar chales, pañuelos u otros trapos con que cubrirse. Luego volvieron arropadas y rogaron a don Bosco, que ya estaba en la escalera, las perdonara y entrase. -Ahora sí, respondió sonriendo; así va bien. Y se quedó, con agrado de los comensales. Las dos señoras no se quitaron durante toda la comida sus improvisados atuendos. Por lo demás, don Bosco tenía siempre una buena palabra para bien de las almas, allá donde fuera. Estaba un día comiendo en casa de los condes de Camburzano. Había, entre los invitados, un valiente general retirado. Nunca habían preocupado mucho al veterano soldado los asuntos religiosos y era, por lo mismo, más bien frío en lo tocante a piedad. Don Bosco, después de haber hablado largamente con el Conde, la Condesa y con el mismo general, iba ya a marcharse, cuando éste, que durante toda la comida no le había quitado la vista de encima, impresionado vivamente por su modo de obrar, se le acercó y le dijo: ((**It5.333**)) -Dígame una palabra para conservarla como recuerdo de su visita. -Señor general, respondió atentamente don Bosco, rece por mí, para que el pobre don Bosco salve su alma. ->>Yo rezar por usted?, exclamó el general, sacudido por la inesperada recomendación. Mejor será que me dé un buen consejo. -íRece por mí!, repitió don Bosco. Como usted ha visto, todos los que me rodean se imaginan que estoy a punto de ser colocado en los altares. No se dan cuenta de su engaño y de que yo soy un pobrecillo. íAy!, al menos usted ayúdeme a salvar el alma. Insistió el general por tercera vez y don Bosco, que con estas palabras le había preparado el corazón, concluyó: -Este es mi consejo: piense también usted en salvar su alma. -Gracias, don Bosco, exclamó aquel señor; gracias por sus palabras. Sí, señor, en lo sucesivo quiero rezar y rezaré también por usted; pero acuérdese de mí. -íAh!, decía algún tiempo después; sólo don Bosco podía darme aquel consejo, sólo él podía hablarme con tanta amabilidad y franqueza. Y, en efecto, el consejo produjo en su alma saludables frutos. No tardó en ordenar el asunto de su salvación eterna con tal sinceridad y tal sensatez que fue la admiración y la alegría de todos sus amigos. (**Es5.242**))
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