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((**Es5.127**) mayor horror hacia este vicio, no tanto de palabra, cuanto con todo un conjunto de gracia divina, de persuasión, de cariño, de miedo, que se trasfundía del corazón de don Bosco al suyo. Para animarlos a combatir contra el demonio, repetía con frecuencia: Momentaneum quod cruciat, aeternum quod delectat (Momentáneo lo que atormenta, eterno lo que deleita). Y lloraba de pena al pensar que muchos jóvenes se perdían por el pecado deshonesto. Hasta llegó a llorar en público al hablar con gran fervor sobre este tema y decir: -Antes de que se cometan estos pecados en el Oratorio, es mejor cerrar la casa. Estas culpas acarrean la maldición de Dios hasta sobre naciones enteras. Y los muchachos se iban a descansar conmovidos y cabizbajos, resueltos a guardar celosamente su corazón para Dios. <>. Y añadía don Félix Reviglio, que vivió tantos años en el Oratorio: -Puede afirmarse bajo juramento que en el Oratorio reinaba un ambiente de pureza, que tenía algo de extraordinario. Al mismo tiempo, don Bosco formaba a los clérigos asistentes semejantes a él. Les llamaba la atención si advertía que tenían demasiada familiaridad con los alumnos. No permitía que los asieran de la mano, que los dejaran entrar en sus celdas, ni que anduvieran en los dormitorios entre cama y ((**It5.165**)) cama, salvo el caso de grave necesidad. Quería que todo entretenimiento o conversación se tuviera en presencia de todos, y bajo ningún pretexto en lugares apartados. Les advertía que en sus gestos, escritos y palabras no hubiese nada que, ni de lejos, ofreciera dudas sobre su virtud. Les inculcaba que guardaran severamente sus sentidos y, cuando los enviaba a ayudar a los actos religiosos a otros centros, les aconsejaba que dejaran los ojos en casa. -Esta mortificación, les decía, es un escudo de la pureza. Salió un día don Bosco de casa con un mozalbete, el cual, al llegar a una plaza, se distrajo y miraba con insistencia hacia una ventana. De pronto sacudiole la voz de don Bosco: ->>Qué miras? El mozalbete se apresuró a darle una respuesta satisfactoria, y don Bosco, tranquilo y como quien reflexiona, dijo en voz baja: -Pepigi foedus cum oculis meis. (Hice un pacto con mis ojos). (**Es5.127**))
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