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((**Es5.126**) prendados de la pureza; palabras que hoy recuerdan todavía con cariño Juan Villa y mil más. Don Bosco no parecía un hombre que hablara, sino un ángel, y sus oyentes iban repitiendo: -Sólo el que es puro y casto como los ángeles sabría hablar de este modo de la pureza. Don Bosco electrizaba a sus muchachos, hasta durante el recreo, con exclamaciones espontáneas: -íQuerría que fuerais otros tantos San Luis! íMantengamos nuestras ((**It5.163**)) promesas! íEspero, por la infinita misericordia de Dios, que podamos encontrarnos un día todos con la cándida estola en la eternidad bienaventurada! Y si algún meticuloso tenía dudas exclamaba: -Bueno, bueno, acuérdate de que omnia possum in eo qui me confortat (todo lo puedo en aquél que me sostiene). E insistentemente inculcaba a todos la devoción a la Santísima Virgen, diciéndoles que la invocaran en los peligros con la jaculatoria: íMaría, ayúdame! Más aún, les sugería que escribieran en sus libros y cuadernos esa jaculatoria con las iniciales M.A. Y los prevenía para los peligros que debían evitar. Además de los medios espirituales, y muchos otros que ya conocemos, insistía en la necesidad de estar siempre ocupados en algo, jugar durante los recreos, no ponerse las manos encima, ni caminar de bracete, andar asidos de la mano o estrechar la del compañero. No consentía que los jóvenes fueran descorteses entre sí o que se abrazaran, aunque sólo fuera de broma. Con prudente rigor, prohibía las amistades particulares, aún cuando en un principio no ofrecieran ningún peligro, y en esto era inflexible. No sólo aborrecía la conversación deshonesta, sino que no podía aguantar que se profiriesen palabras plebeyas, que pudieran suscitar un pensamiento o un sentimiento menos bueno, y decía: -Ciertas palabras nec nominentur in vobis (ni se nombren entre vosotros). Los exhortaba, además, a obrar siempre de tal suerte que evitaran la más insignificante sospecha sobre su conducta. Pero en sus pláticas don Bosco hablaba de la pureza más que del vicio contrario y siempre con términos discretos y prudentes. Evitaba proferir los términos de tal pecado; no aplicaba a las tentaciones más epíteto que el de malas y a una caída la llamaba desgracia. Por el contrario, el vocablo castidad no le ((**It5.164**)) satisfacía del todo y lo sustituía por el de pureza, que incluía un sentido más amplio y, según él, menos fuerte para la fantasía. Infundía en los jóvenes el (**Es5.126**))
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