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((**Es4.93**) Habiéndole preguntado, muchos años después, para qué fue aquel año a Fenestrelle, respondió sin más: -Quería ver las cimas de los montes, donde tuvo lugar la batalla de Assietta, porque pensaba escribir la historia de Italia. Ya desde entonces nos pareció extraño aquel paseo por pura diversión, contrario a las costumbres de don Bosco, sobre todo en un momento en que estaba tan cargado de ocupaciones; y también extraña la razón que aducía, puesto que la Historia de Italia no vio la luz pública hasta 1856. Sin embargo, no pensamos entonces en hacer más averiguaciones, sin sospechar que pudiese haber algún misterio. Pero ahora, reflexionando que dentro de los negros muros de la fortaleza estaba encerrado su Arzobispo, que él tenía trato con la familia del comandante del fuerte, Alfonso de Sonnaz, >>no podría tener relación su viaje con aquellas palabras: entonces Cavour me concedía todo lo que pedía? >>No habrá buscado penetrar en la cárcel de su Pastor, o bien hacerle llegar de viva voz o por escrito, a través de personas de su confianza, alguna noticia deseada? Puede ser una suposición nuestra, pero lo cierto es que un día don Bosco nos aseguraba: <<íNadie sabrá nunca una gran parte de lo que he hecho en mi vida!>>. Entre tanto en aquellos días, por orden de Máximo de Azeglio, monseñor Fransoni era ((**It4.110**)) desposeído de sus bienes y desterrado del Reino, sin pruebas de culpabilidad y sin proceso. Y, así, el 28 de septiembre era sacado de la cárcel y conducido a través de los Alpes, hasta la frontera. El ilustre campeón de la Iglesia escogió para lugar de su destierro la ciudad de Lyon, cuyas autoridades civiles y militares, eclesiásticas y seculares anduvieron a porfía para tributarle honores. Allí recibió el magnífico báculo pastoral, obsequio de los piamonteses. Desde Lyon siguió gobernando la Archidiócesis, del mejor modo que pudo, hasta la muerte. Los enemigos de este gran Arzobispo inventaron toda suerte de noticias para denigrar su fama, y hasta le señalaron como conspirador contra el Gobierno de Rey; pero fueron inútiles sus esfuerzos. El Papa, los Obispos de Piamonte, de Saboya, de Liguria y de otras partes, los católicos, diríamos, de todo el mundo, alabaron su conducta y le ofrecieron preciosos regalos, como muestra de gran admiración. La historia verdadera ya ha puesto en claro su inocencia, y mientras tendrá para siempre una página gloriosa, dedicada a su inmortal memoria, no dejará de infligir un estigma de infamia indeleble para sus perseguidores. Monseñor Fransoni, aún en el destierro, no dejó nunca de proteger al Oratorio, de favorecerlo en todas las formas, y de recomendar(**Es4.93**))
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