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((**Es4.76**) >>Mas, si en nuestra poquedad, pudiéramos hacer llegar nuestra voz a los oídos de un buen Padre, nos atreveríamos a dar desahogo a nuestro corazón, diciéndole: Beatísimo Padre, comprendemos la alta procedencia y la magnitud del regalo que nos habéis hecho y conocemos, al mismo tiempo, el deber de gratitud que nos obliga. Pero, >>cómo cumplirlo? >>Con dinero? No, ni podemos ni Vos lo deseáis. >>Con un elegante discurso? No somos capaces de hacerlo. íAh, sí! Sabemos muy bien, Beatísimo Padre, lo que Vos queréis. >>El amor de padre os ha llevado a acordaros de nosotros, y nosotros, como amantes hijos, guardaremos todo nuestro amor para Vos y para Dios, a quien representáis en la tierra. Que jamás se abran nuestros labios para pronunciar una palabra que pueda desagradar a tan buen bienhechor, que jamás conciba nuestra mente un pensamiento indigno de la bondad de tan tierno Padre. >>El deseo de que progresemos en la virtud, os impulsó a acordaros de nosotros, y nosotros os aseguramos que, unidos estrechamente a la divina religión, de la que sois Jefe supremo, sabremos sostenerla, dispuestos a perderlo todo, aún la vida, antes que vivir separados de ella por un solo momento. >>Por lo demás, dejando a la sublime sabiduría de Vuestra Santidad suplir nuestra insuficiencia, declaramos unánimes que, reconociendo en Vos al sucesor del Príncipe de los Apóstoles, Cabeza de la Iglesia Católica y única y verdadera Religión, a la que quien rehúsa estar unido perece eternamente, ((**It4.87**)) suplicamos a Vuestra Santidad se digne añadir un nuevo beneficio, impartiendo a estos vuestros humildes hijos la bendición apostólica. >>De este modo, recordando siempre este afortunado día, conservaremos todo el tiempo de nuestra vida vuestro hermoso y querido regalo y en nuestra última hora, nos será grato decir: el Vicario de Jesucristo, el gran Pío IX, en un rasgo de su inmensa bondad, me regaló un rosario que lleva pendiente un crucifijo al que beso con devoción por última vez, mientras expira mi vida en paz. >>Y vosotros, ilustrísimos señores, si de algún modo podéis hacer llegar estos nuestros sentimientos al supremo Jerarca, os quedaremos para siempre reconocidos ante Dios y ante los hombres, dándoos por ello las más sinceras y rendidas gracias>>. Después de estas palabras, unos muchachos ofrecieron un ramillete de flores, mientras los demás cantaban alegremente:(**Es4.76**))
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