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((**Es4.75**) Su palabra clara y persuasiva, las afectuosas expresiones que empleó al hablar del supremo Pastor de la Iglesia, cautivaron la atención de los muchachos y les conmovieron profundamente. Les dijo, entre otras cosas: <<>>Sabéis, querido muchachos, por qué Pío IX os mandó este regalo? Yo os lo diré: Pío IX es todo amabilidad con los muchachos; antes de ser Papa, los instruía de mil modos, los educaba y los guiaba por el sendero de la virtud. Os manda un rosario, porque, cuando no era más que un sencillo ((**It4.85**)) cristiano, ya era devotísimo de María Santísima. Yo, yo mismo le vi muchas veces, en público y en privado, dando muestras extraordinarias de devoción a la Madre de Dios>>. Después del sermón y de recibir la bendición con el Santísimo, desfilaron los muchachos ante el altar, y fueron recibiendo un rosario de manos del canónigo José Ortalda, que los distribuía ayudado por el teólogo Simonino y el padre Barrera. Las cuentas del rosario eran rojas, engarzadas con alambre de metal blanco. Además de los jóvenes, entre los cuales estaban Miguel Rúa y Ascanio Savio, se encontraban también algunos sacerdotes y otros adscritos al Oratorio. Era un espectáculo edificante ver acercarse a todos con respeto y considerarse afortunados al tener un objeto regalado por el Vicario de Jesucristo. Dado el número de los que acudieron, no bastaron los rosarios mandados por el Papa. Hubo que comprar algunos centenares más en Turín y distribuirlos con los otros, para no dejar descontento a ninguno. Después de la distribución, y ya fuera de la iglesia, un muchacho se presentó ante los ministros sagrados, cercados por varios distinguidos personajes, y, en nombre de sus compañeros, dijo así: Ilustrísimos Señores: <>Pero que el sucesor del Príncipe de los Apóstoles, el Jefe de la Religión Católica, el Vicario de Jesucristo, en medio de las múltiples atenciones que debe emplear para regir y gobernar todo el mundo católico, nos dedique un ((**It4.86**)) momento a nosotros pobres aprendices, ísí! es una dignación tan grande, que nos confunde y, en nuestra poquedad, no somos capaces de hablar más que con los afectos de la gratitud.(**Es4.75**))
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