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((**Es4.442**) de algunas reflexiones de don Bosco, ((**It4.577**)) el canónigo José Zapatta, se complació en ceder a sus demandas, y se encargó de censurar un manuscrito; pero, apenas si había leído medio fascículo, cuando espantado del todo, hízole llamar y le devolvió el cuaderno diciendo: <>. >>Qué hacer? De acuerdo con el Señor Vicario General, expuso don Bosco la cuestión al Arzobispo, el cual, desde el destierro no cesaba de prestarle toda ayuda posible. Al saber estas dificultades, el celoso Prelado envió una carta a don Bosco para que se presentara a monseñor Luis Moreno, Obispo de Ivrea. En ella rogaba el eximio Arzobispo a su sufragáneo que quisiera proteger las Lecturas Católicas con su Censura, y monseñor Moreno se prestó a ello de buen grado. Delegó para este fin al abogado Pinoli, su Vicario General, para revisar los fascículos a publicar, autorizándole, sin embargo, a callar su nombre. Don Bosco se mantenía firme en su puesto de batalla. <>. Para los meses de abril y junio hizo imprimir un pequeño volumen anónimo, dividido en dos fascículos, que se titulaba: Una buena madre de familia: conversaciones morales ((**It4.578**)) según su costumbre, a su casa, en la calle de la Zecca, casa Bitago. A la vuelta de la esquina, para pasar de la calle Vanchiglia a la de la Zecca, junto al café del Progteso, fue improvisamente atacado por cierto sujeto que, propinándole un golpe en la cabeza con un grueso leño, le hizo caer desplomado por el suelo. Aturdido y sorprendido por el estacazo, el teólogo Margotti, cayó por tierra, perdió los sentidos y quedó tendido de bruces hasta que, pasando por allí casualmente un buen hombre y viendo a un sacerdote tendido en tierra, acudió a él y lo levantó. El teólogo volvió en sí y preguntó dónde se encontraba. Aquel hombre le respondió que se encontraba en el ángulo de la casa Birago. Rogóle el teólogo que le acompañase a su casa, indicándosela. Acompañado y sostenido por el desconocido, pudo volver a entrar en su casa, donde se le aplicaron inmediatamente los primeros cuidados. Se llamó a los médicos, que no encontraron ninguna lesión grave. El golpe, dirigido a la sien izquierda, al caer de arriba a abajo, quedó amortiguado por el cabello, y sólo sufrió una contusión la región de la oreja, cuya parte exterior quedó rasgada. El asesino, que tal vez creyó que su víctima estaba muerta, huyó y dejó en el suelo el leño, con el que había cometido el crimen. Al ver aquel madero parecía imposible que el Teólogo hubiera podido escapar con tan poco daño. No se trataba de un leño ordinario, sino de un grueso garrote de fresno, más delgado por una punta y más grueso por la otra, toscamente cortado: como un leño ordinario para echar al fuego. Pero afortunadamente, el intento de los asesinos falló, y el valeroso escritor, totalmente restablecido al poco tiempo, volvió a tomar la pluma y siguió empleando su incomparable talento en favor de la Iglesia y de la Sociedad. (**Es4.442**))
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