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((**Es4.441**) en el corazón del hombre al dotarle de razón, o bien a lo que retuvieron de la Santa Religión Católica. >>Por lo demás, podemos desafiar a calvinistas, luteranos, valdenses, anglicanos, a todos los herejes juntos de todas las sectas a mostrarnos una sola persona de entre ellos, tan eminentemente virtuosa en grado heroico como exige la Iglesia romana a sus hijos para levantarlos al honor de los altares... >>Y han sido capaces los protestantes de poder mostrar un milagro realizado por sus jefes o por alguno de sus seguidores? íNunca! En cambio, en el seno de la Iglesia Católica Romana, se han realizado y todavía se realizan verdaderos milagros, y quien lo desee, puede asegurarse de ello leyendo los procesos apostólicos... Ahora bien, >>quién no sabe que los milagros son una prueba evidente de la verdad y de la santidad de la Religión?... Dios no puede concurrir con prodigios a la autorización de una Iglesia, que no sea la establecida por El, única fuente de verdad y de santidad; pues, de otro modo, él mismo empujaría al error. Pero en la Iglesia Católica Romana hay santos y verdaderos milagros; por consiguiente, necesariamente es ella la verdadera Iglesia de Dios, autor soberano de toda santidad y de todos los milagros>>. Esta libertad de palabra, inspirada en el praedicate super tecta (predicad por encima de los techos), mandado por el Divino Salvador, hacía pensar seriamente a la Curia Arzobispal, que conocía los feroces propósitos de las sectas. Don Bosco, después de haber preparado los fascículos y antes de darlos a la imprenta, los presentaba para la correspondiente censura; pero, íhecho singular! sólo los de los primeros seis meses llevan la nota: Con aprobación de la Censura Arzobispal, pero ninguno de los delegados había querido añadir su propia firma. Ninguno aceptaba asumir el cargo de censor. ((**It4.576**)) Aducían la razón de que era un asunto peligroso, en aquellos momentos, trabar batalla con protestantes y masones que, para deshacerse de sus adversarios, aprovechaban cualquier medio. En prueba de ello, recordaban el asesinato del conde Peregrino Rossi, de monseñor Palma y del abate Ximenes, director del periódico Lábaro de Roma, y de muchos otros defensores de la verdad, apuñalados por aquellos tiempos. Por una parte no andaban del todo equivocados sus temores: porque lo que poco más tarde sucedió, en el mismo Turín, al intrépido director de Armonía de entonces, el teólogo Santiago Margotti, hizo ver lo que un escritor católico podía esperar de ciertos sectarios 1. Sin embargo, después 1 El 28 de enero de 1856, hacia las nueve y media de la noche volvía el teólogo Margotti, (**Es4.441**))
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