Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es4.225**) de sacramentos, no sólo en los días festivos, sino también entre semana. Nos recomendaba don Bosco que, a lo largo de la misma, nos repartiéramos los días para las comuniones, a fin de que éstas fueran continuas. La mayoría íbamos a confesarnos con él, aunque en los días festivos hubiese también algún otro sacerdote para ayudarle. Era tal la delicadeza de muchos jóvenes para acercarse a la sagrada mesa, que entre semana, mientras él se preparaba para la santa misa, había casi siempre alguno ((**It4.288**)) que, acercándosele, le confiaba al oído alguna pena o escrúpulo para asegurarse de que podía recibir tranquilamente la comunión. Entonces y siempre he visto en el Oratorio una gran cantidad de muchachos con un piedad tan sólida y admirable, que entonaba toda la casa y atraía a los demás al bien. >>Don Bosco era celosísimo de que se enseñara bien el catecismo. Sus predicaciones eran del todo interesantes. Solía exponer la Historia Eclesiástica de una manera fácil, clara, atrayente, y, antes de acabar su plática, acostumbraba preguntar a alguno de los oyentes para que hiciese alguna observación o dedujese alguna consecuencia práctica. Por la noche, después de las oraciones, nos daba unos avisos tan apropiados, que yo, al retirarme a mi habitación, me sentía impresionado y lleno de un gozo que no puedo expresar. Don Bosco educaba a los muchachos y los conducía al bien a través de la persuasión, y ellos lo hacían transportados de alegría. Procedía siempre con dulzura; al dar órdenes casi nos rogaba, y nosotros nos hubiéramos sometido a cualquier sacrificio para contentarlo. Así, de bien en mejor, vi progresar el Oratorio durante los diez años que estuve en él, hasta mi ordenación sacerdotal; y, después de haber visitado muchos Centros, no he encontrado ninguno con tanta piedad como el de don Bosco, de cuya benevolencia gocé siempre aún de lejos>>. El primero de noviembre de 1851 aceptaba definitivamente don Bosco en Castelnuovo a otro muchacho, que dejará eterno recuerdo en los anales del Oratorio. Fue Juan Cagliero, huérfano de padre hacía pocos días. Aquel mismo año de 1851 fue don Bosco a Castelnuovo de Asti el día de Todos los Santos para predicar el sermón de los difuntos. Cagliero llegó a la sacristía antes que sus compañeros, con ansias locas de que empezase la función. Quería ser elegido para ((**It4.289**)) acompañar como monaguillo al predicador hasta el púlpito. Se revistió la sotana y el roquete y esperó pacientemente, mientras sus compañeros habían ido a buscar a don Bosco. Y cuando éste llegó, tuvo la satisfacción de ver cumplido su deseo. (**Es4.225**))
<Anterior: 4. 224><Siguiente: 4. 226>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com