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((**Es4.182**) escándalo, y fueron de algún modo oídos. Se suspendió la enseñanza del Derecho Canónico; y poco después Nuytz fue sustituido por Filiberto Pateri, no menos regalista que él y enemigo de los derechos de la Iglesia, pero más cauto. Nuytz moría en el 1876 sin recibir los sacramentos y negándose a retractarse. Mientras tanto, aquel año el Ministro animaba a los clérigos a frecuentar la universidad, invitando a la Curia Metropolitana a que les advirtiera que, para nombramiento de los beneficios, el Gobierno seguiría prefiriendo aquellos eclesiásticos que se hubieran graduado en los estudios universitarios. Los Obispos no consintieron que los seminaristas frecuentasen aquellas escuelas de derecho canónico. ((**It4.230**)) Mas no bastaba esto. El error debía conseguir su premio, a más de la libertad. El 16 de marzo de 1851, un decreto real declaraba institución civil a la orden de caballería de San Mauricio y San Lázaro, fundada por la autoridad de los Pontífices que la habían dotado de bienes y rentas eclesiásticas, y abolía la profesión religiosa que los comendadores y los provistos de bienes en la orden debían prestar. Y esto se hacía para, de ese modo, poder conferir los honores y las rentas a hebreos, protestantes y heterodoxos. Hemos escrito esta página, solamente para que se entienda mejor la lucha en que don Bosco andaba envuelto. Había visto, entre tanto, cumplirse un ardiente deseo suyo. El dos de febrero, día de la Purificación de María, en el que se celebró aquel año en el Oratorio la fiesta de San Francisco de Sales, vistieron la sotana los jóvenes José Buzzetti, Félix Reviglio, Santiago Bellia y Carlos Gastini. Presidió la fiesta el teólogo colegiado José Ortalda, canónigo lectoral de la Metropolitana, el cual desarrolló en tan hermosa ocasión el texto evangélico de aquel día: positus est hic in resurrectionem et in ruinam multorum (fue colocado para resurrección y ruina de muchos), y explicó a los nuevos clérigos cuál sería su misión si correspondían a la gracia recibida. Don Bosco, lleno de inmensa alegría, no se conformó con la solemnidad de la capilla, sino que quiso servir un banquete, al que invitó también al canónigo Ortalda, al teólogo Nicco, al canónigo Nasi y al doctor colegiado canónigo Berta. Fue un convite inolvidable. Los cocineros demostraron sus habilidades, puesto que don Bosco nunca fue tacaño con los amigos, pero ninguno de los comensales pudo comer el cocido y tomar café. Mientras mamá Margarita se ocupaba de preparar la mesa y había hecho ya hervir el café en un puchero, su hermana Mariana Occhiena, que después de la muerte de don José Lacqua, ((**It4.231**)) a quien sirvió, moraba en el Oratorio, había (**Es4.182**))
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