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((**Es4.169**) pero siempre de espaldas al lado donde más llamativos y variados eran los juegos de luz. A lo largo del año asistía algunas veces a las representaciones dramáticas del Oratorio; pero lo hacía para instruir y alegrar a sus muchachos, darles satisfacción, animarles a estudiar, demostrarles que la piedad no es enemiga de la sana alegría, acompañar y honrar a las personas de consideración a las que invitaba; pero no lo hacía para divertirse. Le gustaba, aplaudía, pero advertimos que su tranquila mirada no se fijaba en la escena ni en los actores. Por lo demás, si no reclamaban su asistencia, prefería retirarse a la soledad de su habitación. Era admirable el perfecto dominio de sus pasiones y el señorío de su corazón, para moderar los afectos de simpatía y sensibilidad, de cólera o aversión, y tenerlos siempre sujetos a la recta razón, a las enseñanzas de la fe y dirigirlos a mayor gloria de Dios. Cuantos le conocieron de cerca, tuvieron que admirarle. Una vida tan extraordinaria y seria, le resultaba tan espontánea, que le hubiera costado obrar de otro modo. Eran hábitos que poseía en grado heroico. Y digamos ahora algo de sus ocupaciones. No se le vio un momento ocioso. Al hablar del cansancio y del trabajo y al responder a quien le preguntaba cómo podía resistir, decía: -Dios me ha hecho la gracia de que el trabajo y la fatiga no me pesen, sino que, por el contrario, me sirvan de recreo y desahogo. La importancia y multitud de ((**It4.213**)) cartas que, en 1885, requerían una contestación de su puño y letra le obligaron a estar en su habitación semanas enteras de la mañana a la noche. Le preguntaron: ->>Es posible que no se aburra con ese pesado trabajo sin salir a respirar un poco de aire sano? -Mirad, respondió: lo hago con el mayor gusto del mundo. No hay nada que me guste más. Y lo mismo respondía en ocasiones muy distintas, cuando le compadecían por las inacabables confesiones, la predicación, las loterías, la imprenta u otras de sus múltiples ocupaciones: -No hay nada que me guste más. <>. Y escribía monseñor Cagliero: <(**Es4.169**))
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