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((**Es4.170**) celosamente sus mortificaciones, abstinencias y penitencias, hasta parecernos que su virtud era la ordinaria y común de cualquier sacerdote ejemplar, y no amedrentaba a ninguno, sino que infundía en los demás el ánimo y la esperanza de poder imitarle, sin embargo, al juntar su delicada salud, las escondidas incomodidades, el desprendimiento de los bienes de la tierra, la durísima pobreza, especialmente durante los primeros veinticinco años de su Oratorio, la escasez de alimento, la privación de distracciones, desahogos, diversiones y de toda comodidad, y sobre todo las continuas fatigas materiales y espirituales, podemos afirmar con toda verdad que don Bosco llevó una vida tan mortificada y penitente, como no la llevan más que las almas que alcanzaron la máxima perfección y santidad. Y todas estas mortificaciones le eran tan fáciles y naturales que nos persuadieron de que el siervo de Dios poseía la virtud de la templanza en grado heroico>>. ((**It4.214**)) De conformidad con esta afirmación de monseñor Cagliero, aprovechamos para manifestar nuestra persuasión de que don Bosco practicaba también penitencias extraordinarias. Comenzamos a conjeturarlo cuando un día nos dijo que, para alcanzar del Señor una gracia señaladísima y necesaria, había tenido que recurrir a medios proporcionados, con los que había obtenido su fin. Pero no quiso decirnos, aunque se lo rogamos, de qué medios se trataba. No se debe ocultar que él, tan compuesto en todo movimiento de su persona, de vez en cuando alzaba ligeramente los hombros, como si tuviese algo que le molestase o doliese. Se requería muy poco para formar un pequeño cilicio punzante, que no hiciera sospechar el uso a que estaba destinado; y don Bosco tenía una epidermis muy delicada. Nuestra opinión se reforzó a lo largo de más de treinta años seguidos a su lado. Carlos Gastini, al hacerle la cama, encontró una mañana esparcidos sobre el colchón y cubiertos por las sábanas, algunos trocitos de hierro, que seguramente había dejado olvidados don Bosco, con las prisas, al levantarse para ir a la iglesia. No pensó más el joven en ello y, dejando los hierrecitos sobre la mesita de noche, no hizo mención a don Bosco. Al día siguiente ya no vio casquillo alguno ni volvieron a aparecer durante los varios meses que continuó encargado del aseo de su habitación. Don Bosco no le dijo nada sobre el particular y sólo después de muchos años, reflexionando Gastini sobre aquellos extraños trebejos, entendió para qué debieron servir. <>. Don Bosco había encontrado, por consiguiente, la manera de atormentar durante (**Es4.170**))
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