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((**Es4.158**) -Bueno, pues venga a mi casa; duerma un poco y luego vuelva a sus negocios. ((**It4.197**)) Aceptó don Bosco, entró en la pequeña zapatería, sentóse junto a la mesita del taller y durmió, desde las dos y media hasta las cinco. Al despertarse, quejóse al zapatero de que no le hubiera despabilado. -Mi querido señor, respondió el zapatero: íle veía tan rendido, dormía tan profundamente apoyado contra la pared! íYo le miraba con devoción, pensando en los muchos trabajos que tiene que haber soportado! Sucedió otras veces que, al sentirse falto de fuerzas, entraba en una tienda rogando al dueño le dejara descansar un instante. Si el tendero le conocía, inmediatamente le acercaba con gusto una silla, porque sabía qué le pasaba. Si el tendero no le conocía, don Bosco, interrumpiendo las acostumbradas ofertas mercantiles, en una acto de confianza le decía: -Por favor, déjeme estar aquí; déme una silla para descansar un poco. Solía responder el dueño: -Bueno, bueno; siéntese usted. Apenas se sentaba, don Bosco se dormía. Entraban y salían, mientras tanto, los parroquianos extrañados al ver a un sacerdote durmiendo en aquel lugar. Pero bastaban unos minutos para reanimarle. Daba las gracias al despedirse y: -Perdone: >>quién es usted?, le preguntaban. -íSoy don Bosco! ->>Y por qué no me lo dijo? >>Quiere una tacita de café, un vaso de vino? Y los buenos tenderos se quedaban satisfechos de poder contar la pequeña aventura. No bebía nunca, ni tomaba nada fuera de las comidas, excepto en los últimos años de su vida, en los cuales, por la gran dificultad para digerir, tomaba, por prescripción facultativa, un ligero vermut, antes de sentarse a la mesa; pero sin comprarlo, sino regalado por la caritativa familia del teólogo Carpano, y, si no se lo servían, tampoco lo pedía. También se permitía, en aquellos tiempos tomar un poco de manzanilla, cuando se la ofrecían ((**It4.198**)) durante sus largas horas de confesonario. Durante el día, aunque cansado y deshecho por las audiencias, y resecas las fauces por la sed, pues padecía de inflamación en la boca, ni siquiera pedía agua, y si por un casual su secretario don Joaquín Berto se la llevaba compadecido, insistiéndole en que (**Es4.158**))
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