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((**Es4.157**) carne, como él decía, porque advertía que podría fomentar las pasiones. Fue con tal motivo cuando, sin quererlo, hizo una ingenua confesión de su espíritu penitente, diciendo: <>. Y añadía maravillado: <<-Tal vez los demás no son tan sensibles como yo, y no necesitan emplear las mismas precauciones...>>. En general él se abstenía de toda suerte carne; más aún, parecía que la tuviese horror, y, por cuanto le era posible, evitaba comerla, so pretexto de que su dentadura, muy gastada, le dolía y no podía masticar. Pero, enemigo de toda singularidad, solía aceptar lo que se ofrecía. Si le preguntaban qué porción prefería, acostumbraba decir: -íPara mí, la porción de carne más agradable es la más pequeña!- Pero dejaba una parte en el ((**It4.196**)) plato, y el trozo que comía no lo sazonaba con sal. Solamente, en los últimos años de su vida, se avino a tomarla con mayor frecuencia, obligado por las prescripciones de los médicos. Después de comer, cansado de las malas noches de insomnio, de trabajo, o de diabólicas vejaciones, tal como se lo confió a monseñor Cagliero y a varios de sus íntimos, rendido de cansancio, vencido por la fatiga, a veces dormía un rato en la mesa, sentado sobre la silla y sin apoyo, reclinando la cabeza sobre el pecho. Entonces los presentes, de puntillas, salían del refectorio para no despertarlo. Pero nunca durmió la siesta en la cama, ni siquiera en los últimos años. Era éste el momento más pesado del día para él, porque acostumbraba salir a la ciudad, a visitar bienhechores, cumplir asuntos urgentes y buscar socorros para su obra. Atormentado por el sueño, tomaba por compañero a un muchacho conocedor de la ciudad y le decía: -Llévame a tal y tal sitio; pero, atento, porque puede vencerme el sueño y hacerme tropezar. Y, apoyando la mano sobre el brazo del muchacho, caminaba, dormitaba, como si le bastara aquel movimiento y aquel momento de sopor para reparar el cansancio por no haber dormido. Una vez, después de haber pasado varias noches de insomnio, se olvidó de tal precaución y se encontró, totalmente solo, en la placeta de Ntra. Sra. de la Consolación, casi sin saber dónde estaba y adónde quería ir. Un zapatero, que vivía allí al lado, se acercó y le preguntó qué le pasaba: si se encontraba mal, o si estaba de mal humor: -No, le respondió don Bosco; pero tengo sueño. (**Es4.157**))
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