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((**Es4.137**) en Turín. Don Bosco llamó ((**It4.167**)) enseguida a su confidente José Buzzetti, que era un joven circunspecto a toda prueba. Había trabajado hasta 1849 de albañil y, ahora a la par que estudiaba, ayudaba en todo a mamá Margarita en los quehaceres de la casa y en las atenciones de la enfermería. El guardaba el dinero para los gastos, y una vez que don Bosco le daba un escudo, sin acordarse de que ya se lo había dado antes, oyó que le dijo: ->>Quiere dármelo dos veces? Su fidelidad era proverbial. Así que don Bosco le hizo sacar dos copias de aquellos papeles fatales, ordenóle que quemara una de ellas y que guardara la otra él mismo escondida con los originales y sin decir al mismo don Bosco dónde la había guardado. Necesitaba diferir la cosa para pedir consejo a sus Superiores. Había pensado que era mejor consignar a la Curia aquella copia, que obrar de otro modo para no provocar odios y violencias contra ella en tiempos tan procelosos. Mientras tanto, algunos sectarios, enviados por sus jefes, acudieron a casa del difunto, apenas expiró, para adueñarse de aquellos delicados documentos; pero habiéndolos buscado inútilmente, enseguida imaginaron en qué manos podían estar. Aquel mismo día se presentaron a don Bosco dos señores y, primero muy cortésmente, después imperiosamente, le pidieron aquellos papeles. Don Bosco buscó cómo defenderse, encontró pretextos y afirmó haber visto los papeles que ellos pedían, pero que no sabía en aquel momento dónde podían estar guardados. Como llegaron otras personas acabó por despedirlos; y ellos partieron barbotando. Don Bosco se apresuró a pedir instrucciones a la Curia. Y, como él preveía, los dos señores volvieron pocas horas más tarde con tono amenazador. Don Bosco respondía que no sabía qué derechos podían tener sobre unos papeles, que le habían sido confiados por un amigo, y que, por tanto, no se creía ((**It4.168**)) autorizado para violar semejante secreto. Por otra parte afirmaba que aquellos papeles carecían de importancia, pues no contenían más que unos nombres. Aquellos señores se calmaron, al ver que don Bosco no demostraba tener mucho interés, y pasaron, con buenas formas, a la súplica, demostrando que si aquellos nombres fueran revelados podrían deshonrar y causar algún perjuicio a los individuos y a sus familias. Don Bosco se dejó persuadir y les entregó los papeles auténticos. Aprovechó sus propias palabras para argumentar y demostrarles el mal camino en que se habían puesto, los peligros que en él había para su alma, y para la misma sociedad civil. (**Es4.137**))
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