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((**Es4.136**) ->>Cómo? >>También hay esperanza para éste? ->>Y por qué no? Y le demostraba con pocas, pero persuasivas palabras, cómo Dios está dispuesto a perdonar los pecados, por muchos y graves que sean, a quien se arrepiente de corazón, y que la mayor ofensa que se le puede hacer es la de dudar de su misericordia. Aquel señor permaneció absorto en sus pensamientos durante un rato, después le tomó de la mano y le dijo: -Si es así, ítenga la bondad de confesarme! Don Bosco le preparó, le confesó y el enfermo, apenas hubo recibido la absolución, anegado en llanto, prorrumpió en ((**It4.166**)) exclamaciones de alegría, afirmando que en toda su vida no había gozado de tanta paz, como en aquel momento. Al mismo tiempo se sometía de buen grado a todas las prescripciones de la Iglesia. Fue avisado en tanto el enfermo de que habían llegado dos señores de rostro ceñudo, y que esperaban a la puerta. Eran dos miembros de la logia. Ordenó el enfermo que pasaran a la estancia, y apenas aparecieron, les gritó: -Fuera enseguida; fuera de mi casa. -Está bien, le respondieron; nuestros pactos son... Sacó entonces el enfermo de la mesita de noche una de las pistolas y enseñándosela, replicó: -Estaba preparada para los curas, pero ahora está destinada para vosotros, si no os marcháis. íNi una palabra más! -Si es así, nos vamos, respondieron aquéllos, lanzando una mirada amenazadora al sacerdote. Y se alejaron. A la mañana siguiente le llevaron el Santo Viático; pero antes de comulgar, llamó a su habitación a todos los de casa y pidió públicamente perdón del escándalo que les había dado. Después de recibir el Viático, mejoró mucho. Vivió todavía dos o tres meses, que él dedicó a la oración, a pedir frecuentemente perdón por sus escándalos, a quienes le visitaban, y a recibir varias veces a Jesús Sacramentado, con lo que edificó al vecindario. Pero esta conversión ponía a don Bosco en un molesto apuro. Aquel señor le había consignado, poco antes de morir, los diplomas e insignias de sus grados en la secta y unos papeles, con las listas de los cómplices, que tenía celosamente guardados. Don Bosco las leyó y quedó estupefacto ante aquellos nombres. Había personas que aparecían ante el mundo como buenos católicos y que más tarde jugaron papeles importantes en las revoluciones italianas. Entre ellos, algunos eclesiásticos extradiocesanos, llegados para establecer su domicilio (**Es4.136**))
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